Casi se diría que mereció la pena esperar tres años para vivir un espectáculo como el que ofrecieron ayer Sporting y Real Madrid. Un hermoso empate a cero, en el que sin embargo quizá se marcó un gran gol. Lo hizo Sanabria, con un cabezazo impecable a la escuadra que pareció botar dentro de la portería de Keylor Navas. A Estrada Fernández le falló el ojo de halcón que, en cambio, vio todas las faltas del Sporting (20) y sólo cuatro de los jugadores madridistas. El empate ante el Real Madrid en la lucha más desigual del fútbol español, es toda una victoria para el equipo de Abelardo. La leyenda de los guajes continúa y ahora, con este punto, adquiere dimensión mundial. El punto obtenido ayer es la primera piedra de la permanencia rojiblanca. El gran objetivo de la temporada.

Para el Real Madrid es un paso atrás que viene a remarcar las carencias de una plantilla hecha a capricho, pero con algunas técnicas. No hay recambio para Benzemá, un lastre incomprensible para un equipo que siempre ha tenido una pegada de peso pesado. También falta un mediocentro, esa figura que Xabi Alonso desempeña como pocos.

El sportinguismo celebró el empate como la primera gran alegría de la temporada. El equipo mantiene las señas de identidad que le han traído hasta aquí. El muro defensivo sigue firme y Cuéllar tiene los reflejos eléctricos para estar a la que salta. Nacho Cases y Sergio no desentonan en el mejor fútbol del mundo y Sanabria, como los grandes jugadores, compite mejor de lo que entrena.

A ratos, el partido fue una locura, dos equipos desbocados en busca del gol. Fútbol puro, con garra, eléctrico, de contacto frecuente y máxima nobleza. Se encontraron dos históricos del balón, dos enemigos de antiguo que se enfrentan desde el respeto. Fue apasionante. Como esa jugada en la que apenas unos segundos separaron el gol fantasma de Sanabria (el balón pareció botar dentro de la portería) del penalti reclamado por Ronaldo (agarrón evidente de Sergio). En el segundo tiempo, habría una jugada calcada en el mismo área con Sergio Ramos agarrando a Carmona.

El Madrid, salvo cuando Modric maneja el guiso, necesita correr y el Sporting corre como nadie. No hubo tregua para el balón, que fue llevado de un área a otra en alta velocidad. Se jugó rápido, se corrió mucho, pero no se cayó en los vicios habituales de un partido a muchas revoluciones. No hubo prisa, ni precipitación, ni siquiera más faltas de las necesarias.

El Sporting no rehuyó el contacto con el balón, ni el fútbol de toque, con posesiones largas. Un combinación rojiblanca que superó los veinte toques mereció una cerrada ovación. El Sporting aprovechó la falta de equilibrio blanca, la ausencia de un mediocentro que sirva de engranaje y conecte la defensa con los morlacos de arriba. La ausencia es tan evidente que Ronaldo y Bale tuvieron que descolgarse varias veces al centro del campo para recibir con comodidad. Luego salieron desbocados. En el Madrid, la pausa lleva botas naranjas. Modric e Isco los únicos futbolistas blancos que no miran de frente a la portería rival.

Abelardo le ganó por la mano a Benítez, que no se esperaba la presencia de Sanabria y de Carmona en el once. Tampoco intuyó que el Sporting tendría el descaro de mirarle a los ojos, con sus dos delanteros y su pizca de orgullo. El Sporting aguantó el pulso firmemente agarrado a la mesa y estuvo cerca de torcer el brazo, del gigante blanco, asombrado por la energía de los guajes.

Benítez buscó en Jesé el delantero que no tiene. Perdió el fútbol de James y no encontró al ariete. Cuando deshizo el error, se vio el Madrid. El conjunto blanco ganó con los cambios, mientras que el Sporting acusó el cansancio y menguó con las sustituciones.

Tras el frenesí del primer tiempo, el ritmo bajó tras el descanso. El Sporting apretó en el arranque del segundo tiempo, pero el Madrid fue haciéndose con el dominio del tiempo y del espacio. El primer síntoma es cuando las cabezas se vuelven continuamente hacia el crono. Ahí el duelo se convierte en un ejercicio de resistencia. Y el Sporting resiste como nadie. Es un equipo abonado a la épica, que se crece con el castigo.

La gran ocasión del Sporting, al margen del gol fantasma de Sanabria, la tuvo Carmona en la cabeza. Un centro de Jony mal despejado por Varane le llegó al balear, que no fue capaz de embocar. El Madrid pareció más equipo con James sobre el césped. En el conjunto blanco el peligro se llama Ronaldo. Fue el portugués quien exigió la mejor versión de Cuéllar un latigazo desde el lateral del área. Respondió el portero, serio, firme cuando fue necesario, espléndido.

El Sporting compite incluso ante todo un Real Madrid. Abelardo puede estar orgulloso de estos guajes, como lo están los 28.105 sportinguistas que ayer abarrotaron El Molinón y los que lo siguieron por televisión. Hoy es lunes de agosto y la ciudad amanece feliz, por la última trastada de unos guajes que ya son famosos en el mundo entero. El Madrid se deja dos puntos en un campo en el que no va a ser fácil ganar. El Sporting, como decía el tifo desplegado en el fondo sur, ha vuelto y lo ha hecho a lo grande. La leyenda continúa. La próxima parada será en san Sebastián. Que nadie los despierte.