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Fundido a negro

Jiménez jugó al día siguiente de enterrar a su madre el partido más triste, un domingo en que El Molinón sirvió de escenario para "Volver a empezar"

Fundido a negro

El domingo 18 de octubre de 1981, El Molinón se convirtió en un escenario de película. José Luis Garci aprovechó un Sporting-Atlético de Madrid para grabar unas secuencias de "Volver a empezar", la primera película española premiada con un "Óscar". Sobre el campo, uno de los protagonistas de aquel partido no tenía nada que celebrar. Manolo Jiménez quiso jugar pese a que pocas horas antes había enterrado a su madre, Luisa Abalo, en Villagarcía de Arosa. La rutina del fútbol le ayudó a sobrellevar la pena e incluso pudo dedicarle la victoria (3-2) a una de las personas que más quería. Jiménez rindió bien, como casi siempre durante su etapa en el Sporting, y fue después, ya en casa, cuando afloraron todas las emociones acumuladas. Fue, en lenguaje cinematográfico, como un fundido a negro.

Manuel Enrique Jiménez Abalo (Villagarcía de Arosa, 27 de octubre de 1956) atesora muchos momentos inolvidables en las doce temporadas que estuvo en el Sporting. Por ejemplo, su primer día en el vestuario de El Molinón, junto a su amigo Claudio, recién llegados de Galicia a un equipo repleto de figuras del fútbol español. Y con sorpresa: "Según entró, Quini vino a saludarnos. Para nosotros fue algo especial". El debut con el primer equipo, en un Teresa Herrera frente al West Bromwich Albion de un tal Laurie Cunningham, después fichaje estrella del Madrid. Y, por supuesto, la ovación espontánea que surgió de las gradas de El Molinón tras protagonizar la jugada que permitió al Sporting clasificarse para las semifinales de Copa de la temporada 1990-91, al eliminar al Logroñés.

"Aquello fue muy emocionante por lo inesperado", explica Jiménez, al que la afición rojiblanca transmitió también de esa forna su apoyo tras conocerse la decisión de la directiva presidida por Plácido Rodríguez Guerrero de no renovarle el contrato. Ese trueno que surgió de las gradas del campo gijonés chocaba más por ir dirigido hacia uno de esos futbolistas de club, condenados a pasar casi siempre desapercibidos, a no dar que hablar por lo bueno ni por lo malo.

Si Jiménez elige aquel "oscarizado" Sporting-Atlético de Madrid es porque aún hoy le sirve para recordar a su madre, que falleció el 16 de octubre de 1981. "Llevaba mucho tiempo enferma, con un cáncer de garganta. No me acuerdo con precisión, pero creo que aquella semana entrené con normalidad hasta el jueves, cuando me avisaron de que ya estaba muy mal". Así que Jiménez viajó hasta Villagarcía de Arosa y, tras el funeral y el entierro del sábado, regresó a Gijón para incorporarse a la concentración.

"Son momentos tan duros, tan tristes, que prefieres estar ocupado para no pensar siempre en lo mismo. Te reconforta", señala Jiménez sobre su entereza para seguir su rutina en aquellos momentos. "No recuerdo muy bien, pero me imagino que en el club me dirían que hiciera lo que quisiese. Elegí jugar porque me lo tomé como un homenaje a mi madre. Siempre había seguido mi carrera, ella y mi padre venían mucho a Gijón. Mi padre había sido directivo del Arosa. Estaban muy orgullosos de que a su hijo le fuese bien en el fútbol".

Manolo Jiménez estaba tan convencido que no tuvo ningún momento de debilidad, ni siquiera con todo lo que le recordaba al fallecimiento de su madre: "Nos dieron brazaletes negros y, sobre todo, fue muy emocionante el minuto de silencio. Además, en aquella época era un minuto de verdad, no como ahora. También me resultó muy duro y en aquel momento no pude evitar que me cayera alguna lágrima. Pero una vez que pitó el árbitro jugué como en cualquier otro partido, concentrado en el juego".

Aquel era un Sporting de transición, al que le costaba mantener las expectativas del equipo que había estado a un paso de conquistar el título de Liga. Ya no estaba Quini, traspasado al Barcelona, y en aquella sexta jornada de Liga Vicente Miera no pudo contar con titulares como el guardameta Castro, el centrocampista Ciriaco y el delantero Enzo Ferrero. Aún así, el "once" elegido por Miera no sonaba nada mal: Claudio; Redondo, Maceda, Jiménez, Uría; Joaquín, Andrés, Mesa; Pedro, Gomes y Abel. A falta de dos minutos, Cundi sustituyó a Fernando Gomes, que vivió una de sus mejores tardes como sportinguista, al lograr dos de los goles.

El doblete de Gomes, junto con otro gol de Joaquín en colaboración con el guardameta atlético, Aguinaga, pusieron el 3-1 para el Sporting en el minuto 55, tras remontar el gol inicial de Ruiz. Minguez recortó distancias para el Atlético en el 78 y El Molinón se preparó para vivir un final de partido emocionante, muy cinematográfico, con los actores José Bódalo y Antonio Ferrandis en el palco presidencial, al lado de Manuel Vega-Arango y de su homólogo del Atlético, el doctor Alfonso Cabeza.

En el último minuto el árbitro, Burgos Núñez, señaló penalti a favor del Atlético de Madrid. Un buen momento para que Claudio, tantas veces actor de reparto en el Sporting, se convirtiera en protagonista al detener el lanzamiento del brasileño Dirceu. Y un motivo más de satisfacción para Jiménez, ya que gracias a la intervención de su inseparable amigo pudo dedicar la victoria a su madre. "Ahora es muy normal lo de las dedicatorias, pero en aquel momento no se veía tanto".

Después de tantas emociones, de ese paréntesis que tan bien representa el fútbol, a Jiménez no le quedó otra que volver a la cruda realidad. "Lo más duro fue cuando llegué a casa. Hasta ese momento no te das cuenta porque te sientes muy acompañado, hablando con unos y con otros. Además, no sólo me apoyaron mis compañeros porque ya iba a la selección y conocía a bastantes del Atlético. Cuando te quedas solo, con la familia, es cuando te vienes un poco abajo".

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