La primera vez que pisó el césped de Atocha, Óscar marcó un gol, aunque sirviese de poco al Sporting (2-1). La segunda fue uno de los mejores de su equipo, pero volvió a marcharse de vacío (1-0). La suerte cambió en sus dos últimas visitas al mítico campo de la Real Sociedad (empate a cero y 1-2), pero a la hora de escoger su momento como sportinguista la memoria se le va a aquella noche del 9 de diciembre de 1990. "Me recordó a mis partidos en La Veigona", señala Óscar Luis Celada (Luarca, 9 de marzo de 1966) en referencia al terreno embarrado por un temporal que se recrudeció durante los 90 minutos con rayos, truenos y rachas de aguanieve.

"Fue una noche de perros", insiste Óscar, que sigue vinculado al fútbol como médico de la Federación Española, además de su trabajo en la clínica Cemtro de Madrid. Al margen del escenario, rodeado de mitología 22 años después de su desaparición, aquel partido fue importante para Óscar por razones muy personales. Aunque cumplía su tercera temporada en la plantilla del Sporting, el luarqués no se había consolidadado como titular. Un cambio de entrenador tras la decimosegunda jornada de la Liga 1990-91 le había provocado cierta inquietud.

"Con García Cuervo había jugado todos los partidos, pero en el primero con Ciriaco me fui a la grada", apunta Óscar, que se encontró con un escenario inesperado en la semana previa al partido de Atocha: "Ciriaco quería que jugase como central, pero yo al principio no me veía. Siempre había jugado en la media y, además, teníamos a defensas como Abelardo, Tati, Ablanedo I, Luis Sierra y Muñiz". Óscar aparcó sus dudas cuando el entrenador le dio la oportunidad de volver al equipo frente a una Real Sociedad de juego directo, ideal para sus características.

"Siempre fui un jugador bastante físico, con potencia, por lo que disfrutba mucho en el barro", recalca el luarqués, aunque aquel partido de Atocha se le quedó grabado: "Nos tocó un tiempo horrible. Me viene a la memoria el frío que pasé, la nieve y, sobre todo, los relámpagos. No llegué a pasar miedo, pero impresionaban. En la siguiente temporada Jacobs suspendió un entrenamiento en cuanto empezaron los truenos. Nos comentaba que en Holanda estaban muy sensibilizados porque había ocurrido alguna desgracia".

Óscar, que se emparejó con Aldridge, acabó satisfecho de su debut como central, pero le quedó la espina clavada del resultado: "A pesar de perder hicimos un buen partido. Se vio que podíamos ser un equipo sólido y competitivo". Y, por encima de todo, apreció el encanto de Atocha en estado puro: "Para mí siempre fue uno de los estadios míticos. Impresionaban más el Bernabeu o el Camp Nou, pero Atocha tenía el sabor al fútbol de toda la vida. La gente estaba muy cerca del campo y cuando tenías que calentar en la banda casi no tenías sitio".

La afición donostiarra también ponía de su parte: "Había visto ganar ligas a su equipo. La Real Sociedad era un club con mucho prestigio, con un estilo muy marcado, presionaba muchísimo. Era difícil puntuar en Atocha". Óscar se despidió de uno de sus campos de referencia con una victoria por 1-2 (goles de Scotto y Emilio Gutiérrez) y estrenó la nueva casa de la Real, Anoeta, con un 0-1, logrado por Muñiz. "Yo creo que la Real, y el fútbol en general, salieron perdiendon con el cambio. Se cerraron campos como el Insular y Atocha que tenían mucho encanto y los sustituyeron por otros más modernos y cómodos, pero más fríos".

Como buen aprendiz de jugadores como Joaquín y Jiménez, Óscar sabe apreciar todo lo que rodea un partido de fútbol. Incluso a veces más que el partido propiamente dicho: "No disfrutaba mucho durante los 90 minutos porque lo vivía con un exceso de responsabilidad. Me preocupaba por el resultado y eso me perjudicaba porque te entra el miedo a fallar. También depende del status que tengas en el equipo y de la confianza que te dé el entrenador. En ese sentido siempre tuve bastante suerte".

Tras hacerse un nombre en el Sporting, Óscar continuó su carrera deportiva en el Zaragoza y la Unión Deportiva Las Palmas, para finalizar en el Universidad canario. Siempre fue valorado como un jugador de equipo y en los peores momentos, cuando aparecía alguna duda sobre su titularidad, recordaba lo que siempre le decía Tati Valdés en Mareo: "Ya llegará el barro". Y llegaba, aunque nunca tanto como aquella noche en Atocha.