Cuando uno pelea en flagrante desventaja, no queda otra que encomendarse a la valentía o a la locura. El Sporting de los guajes tiene un poco de ambas. Abelardo ha inculcado en su equipo el arrojo de los ganadores y la locura de los soñadores. Sólo así, se entiende el impulso, la entereza con la que un Sporting plagado de reservas, se levantó tras el primer gol de Messi. Y luego, tras el segundo. Un golpe definitivo para la gran mayoría de los rivales de los azulgranas, pero no para estos guajes rebecos, que no respetan nada y se le suben a las barbas al más pintado.

El campo más antiguo de España midió ayer la solidez de sus cimientos, cuando más de 28.000 gargantas celebraron el remate de Castro con la rabia reservada para los goles importantes. Fue apenas un espejismo, cuatro minutos de gloria e ilusión. El tiempo en que tardó Messi en bajar al Sporting de su nube de sueños. El argentino (301 goles en 334 partidos en Primera División, con 28 años) juega en otra liga, reservada en exclusiva a los mejores de la historia.

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El partido, sólo faltaba, lo dominó el Barcelona con una posesión abrumadora. Tuvo, como es lógico, un puñado de claras oportunidades. Pero el Sporting, con la dignidad de los humildes, hizo al Barcelona trabajarse cada una de ellas. El Sporting no le puso una alfombra roja al Barcelona. Sí lo hizo De Burgos Bengoetxea, un clásico de las afrentas arbitrales a los rojiblancos. El árbitro vasco ignoró una derribo de Arda Turán a Halilovic en el área visitante. No tuvo tantos reparos en señalar el punto fatídico cuando Cuéllar arrolló a Neymar, de forma innecesaria. Las dos jugadas, parecieron penalti, pero sólo se señaló uno.

No hubo grandes sorpresas en las alineaciones. Abelardo formó con el equipo que había ensayado el martes. Introdujo nueve cambios con respecto a la alineación que se enfrentó al Rayo Vallecano. Tan sólo Cuéllar y Jorge Meré repitieron titularidad. Halilovic había jugado ochenta minutos. Luis Enrique situó finalmente a Mathieu como titular y a Adriano en el lateral izquierdo. El técnico gijonés dejó a El Molinón con las ganas de ovacionar a Iniesta. Sí se sumó el campo a la oleada de pitos a Gerard Piqué, tan buen futbolista como aficionado a pisar charcos. Incluso los azulgrana se dieron el lujo de que Sergio Busquets forzase la quinta amarilla para rotar en Las Palmas y afrontar limpio el tramo final del campeonato.

En principio, el partido se había planteado como un intento de estirar el empate a cero más allá de lo razonable. Por eso, cuando Messi encajó el primer balón en la red, pareció que el asunto estaba resuelto. Pero los guajes no entienden de titulares ni de suplentes, no entienden de ídolos ajenos. Sólo saben que son capaces de todo cuando sacan el genio. Tal vez el Barcelona esperase un equipo abatido tras el gol de Messi. La reacción del Sporting fue la de devolver el golpe. En una de tantas salidas a la contra, Pablo Pérez condujo hasta el borde del área. Abrió a Canella, quien prolongó a Álex Menéndez. El balón raso al segundo palo lo remachó el cazagoles de Ujo. Así es el Sporting, capaz de acabar una jugada con cuatro futbolista desbocados en el área del Barcelona.

Como no había nada que perder en este partido, el Sporting ganó respeto, ganó empaque y ganó dignidad. El más beneficiado va a ser Abelardo, que puede haber recuperado para la causa a algunos futbolistas que parecían en horas bajas. Fue el gran día de Jorge Meré, central juvenil que ayer presentó sus credenciales de estrella del mañana. Fue un buen día para el sportinguismo a pesar de la derrota. Los guajes, a su manera, compitieron con mucho dignidad. Se podría decir, que llegaron a asustar al gigante.

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