Ni el Barcelona lo necesitaba ni el Sporting se merecía el calamitoso arbitraje de Clos Gómez, que tuvo una influencia decisiva en la goleada y que allanó la victoria azulgrana con errores de bulto en el mejor momento del Sporting. Lo triste del fútbol es que un mal árbitro se convierte en protagonista en un día en que Messi firmó un partido estelar y Luis Suárez donó cuatro goles a una causa solidaria. Lo triste del fútbol es que los árbitros malos, los que benefician al grande, son los que hacen carrera. Porque equipos como el Sporting les importan un comino a los que mueven el cotarro, que son incapaces de valorar cuánto engrandecen la competición las gestas de estos guajes.

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La fiesta de Sant Jordi, que anegó de gente el Paseo de Gracia y sus alrededores, tuvo continuidad en el Camp Nou. Como el santo, los guajes se pertrecharon para una pelea desigual, pero no acertaron con el enemigo. El verdadero dragón fue Clos Gómez, quien echó fuego por su silbato hasta quemar al sportinguismo.

En el aniversario de la muerte de Cervantes, los guajes de la reserva vieron molinos donde había gigantes y se atrevieron a moler el trigo. Asustaron de lo lindo al Camp Nou, que ovacionó a Claudio Bravo como un héroe en su primera gran intervención. El juego lo puso el Barcelona, pero el Sporting resistía sin demasiados apuros y salía a la contra con verdadero entusiasmo. Los guajes de Abelardo no fueron de Quijotes pero, en el día de Sant Jordi, se les apareció el Dragón en forma de árbitro. Clos Gómez barrió para el grande y fue decisivo en las dos acciones clave del primer tiempo. En ambas se dio mus a favor de obra. No satisfecho con esto, en el segundo tiempo hizo astillas a los rojiblancos. El balance es el siguiente. Hubo falta a Cuéllar en el primer gol, fuera de juego en el segundo, pitó dos penaltis de chiste, no pitó uno clamoroso por bando y expulsó a Vranjes en dos acciones más que discutibles. Una escabechina como no se recuerda.

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Como estaba previsto, Abelardo alineó un equipo plagado de reservas en un partido en el que no parecía que hubiera mucho que ganar. Y aún así, el Sporting dio un imagen más que digna durante una hora. Luego se desmoronó con cada puyazo. Lo que no se entiende es la falta de previsión. Si el plan era éste, debería haberse limpiado de tarjetas a los jugadores más cargados.

No necesitaba el Barça ayudas externas. Salvo la puntería y los agujeros defensivos, dos lunares importantes para un equipo de este calibre, los de Luis Enrique habían dejado grandes detalles. Casi siempre, Iniesta y Messi. El dominio fue evidente, pero el Sporting sorprendió en algunas salidas a la contra y cazó en falso con cierta facilidad al líder de la Liga.

El horizonte ahora aparece despejado. Ya no hay dragones, ni gigantes. Quedan tres partidos por delante en los que el Sporting debe buscar el pleno si quiere volver a jugar encuentros como el de anoche la próxima temporada. No valen excusas ante el Éibar ni ante el Villarreal en casa. Y la final de Getafe no queda otra que ganarla. Antes aguarda un domingo de transistores en el que los rojiblancos se encomendarán a los aspirantes a Europa Celta y Athletic y al renacido Valencia.

El mal trago del Camp Nou ya ha pasado. Como no se contaba con estos puntos, lo mejor es aparcar la rabia, olvidarse de Clos Gómez y amarrarse los machos.

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