Hace unos días observé que, desde hace tiempo, Abelardo sonríe tal manera que, lejos de expresar felicidad, simplemente "llora con bondad". Por aquel entonces tenía la esperanza de que se mantuviera al frente del barco, aunque solo fuera hasta el 30 de junio.

"Abelardo deja de ser entrenador del Sporting". Y, sin haber llegado a la preposición, pronto mis ojos se convirtieron en un Piles de lágrimas al mismo tiempo que mi cabeza reproducía recuerdos rojiblancos protagonizados por él en bucle. Creo sinceramente que nunca habrá un entrenador más sportinguista que él. O al menos hasta que entrene Nacho Cases. Y que, además del ascenso y la permanencia, jamás le podrán quitar su gran hito: dio (la) vida al Sporting cuando éste se encontraba en coma, debatiéndose entre la vida y la muerte. Revitalizó a un equipo que nada tenía que ver con lo que había sido en su día Manolo Preciado, su gran mentor. Y, lamentablemente, el ´adiós´ de ambos ha sido doloroso.

¿Acaso es difícil ver el sportinguismo que transmite toda su esencia, especialmente sus ojos? Esos ojos que se bañaron en su propio Piles de lágrimas, teñidas del color especial de Sevilla y alimentadas por el gol en la rica tierra lucense. Y cómo brillaban esos ojos cuando se confirmó la permanencia, rodeado de una Mareona que dejó sus gargantas al rojiblanco vivo. Con ´el Pitu´, el Sporting inventó su propia marea y tripuló un barco con identidad en el puerto.

Abelardo es el entrenador que aunó en una sola persona lo bueno de dos: el carácter y conocimiento del juego de Manolo Preciado y el sportinguismo a flor de piel que lleva consigo desde que nació. Esto siempre le hará único, diferente e irrepetible. Cuando pase el tiempo, su labor se verá aun más reconocida. Porque fue él el que consiguió que la sequía abandonara Mareo y empezaran a llover éxitos. Esos éxitos que llamamos "milagros", pero cabe recordar que para que suceda un milagro, primero hay que rezar. Su Sporting lo hizo partido a partido. Y no solo rezó, sino que llevó a Gijón al mismísimo cielo durante dos campañas consecutivas para conseguirlo. Y no hay que olvidar que no hay vida sin agua, pero nadie la aprecia hasta que se saca el pozo.

Allá por 2015 definí el "#Abelardismo" precisamente como "ese agua que llega en plena sequía". Ojalá que, tras su marcha, no haya que buscar un pozo tan profundo que nos lleve al ahogo. El ejemplo de 2012 con Manolo Preciado estaba presente, aunque quizá no lo suficiente como para entender que si un barco se hunde, mejor que sea con el capitán luchando hasta el último momento por impedirlo.

Mañana saldrá el sol. Y cada domingo el Sporting se seguirá jugando "la puta vida", pero será otro el que tenga que entenderlo? ¿Podrá?

Gracias Abelardo.