Podría decirse que el fútbol le devolvió ayer al Sporting parte de lo mucho que le había escamoteado durante la temporada. No fue, ni de lejos, el mejor día de los rojiblancos, nerviosos, dubitativos y proyectando de nuevo esa imagen gris de equipo sin alma, sin espíritu. Era, ya nadie lo niega, una final por la supervivencia y la primera conclusión evidente es que el Sporting aún tiene pulso, que el sueño de la permanencia durará al menos una semana más y que los nervios volaron hacia el sur de Madrid, donde el destino le brinda al Betis (siempre el Betis), una nueva oportunidad de acudir en auxilio del Sporting.

El único análisis que interesa al sportinguismo es el de los tres puntos que se añaden a su casillero, por más que el juego y la puesta en escena de sus futbolistas haya dado pocos motivos para el entusiasmo. Ante un Las Palmas a bajas revoluciones, el Sporting nunca pareció un equipo que se jugase la vida. Si en algo se notó la trascendencia del choque para los rojiblancos fue en los nervios que atenazaron a más de un futbolista y a amplios sectores de la grada. El Sporting se dejaba ir hacia Segunda hasta que un chispazo de Burgui y Carmona decidió el encuentro. Y eso es lo único que importa ahora.

Dicen que la historia se repite y una vez más el Sporting se aferró a Mareo. Dos guajes de la casa, Canella y Jorge Meré, sostuvieron al equipo en la Liga de las estrellas, mostraron compromiso, calidad y un generoso esfuerzo. Sergio, que no tuvo tanto acierto, lo compensó con una entrega absoluta y Babin, un tipo honrado, se sumó a la fiesta. Si sales a jugarte la vida y tus mejores futbolistas son un central y el lateral izquierdo, no hay mucho más que decir.

Los rojiblancos pasan el fin de semana a un partido del Leganés (con el gol-average a su favor) y los pepineros juegan para mantener la distancia de seguridad y ya no para cerrar la temporada. La cita será el lunes. El Sporting dispone de ocho días para preparar la visita a un Éibar que ya no se juega nada, pero que venderá cara su piel en Ipurúa. Será otro de esos momentos críticos a los que los rojiblancos se han aficionado en la última década.

A la espera de lo que suceda en Butarque habrá que demorar el análisis de los efectos secundarios de esta victoria. Se confía en que el Leganés acuse la presión y en que los rojiblancos reciban una dosis extra de moral que alimente su maltrecho espíritu. Hace falta que los futbolistas crean en el milagro para que se cumpla. El sueño de la permanencia está un poco más cerca, pero el camino sigue embarrado y empinado.

No queda otra que seguir soñando. La permanencia es una cuestión de fe y en eso el Sporting es un equipo rico. Los rojiblancos ganaron cuando menos lo merecieron y mantuvieron su portería a cero en El Molinón por primera vez en toda la temporada. Son datos a los que aferrarse.

El Sporting logra una angustiosa victoria que le permite seguir echando cuentas, que alimenta la esperanza irracional de una afición cuyo corazón se ha puesto a prueba en demasiadas ocasiones. El Sporting ha ganado y sigue en la pelea. Esto es lo único que importa.

Rubi lanzó un mensaje engañoso con la alineación inicial, en la que figuraba Carlos Castro junto a Duje Cop. Lo que parecía una apuesta valiente (dos delanteros para jugarse la vida), se transformó en un quiero y no puedo. El técnico sigue aferrado a un sistema que le ha dado más disgustos que alegrías y buscó una solución forzada para mantener el dibujo y apelar a la talento callejero de Carlos Castro. El de Ujo se vio desplazado a la posición de extremo derecho, demasiado lejos de la portería y exigido a un compromiso defensivo para el que no está demasiado dotado.

Para hacer sitio a Carlos Castro, Rubi sacrificó a Carmona. Es llamativa la pérdida de confianza del entrenador en un futbolista que tiene que ser determinante en este equipo, que suma siete goles pese a no haber sido titular en buena parte de la liga. El contraste con las oportunidades que reciben otros que lo merecen mucho menos es manifiesto. Carmona salió, decidió el partido y señaló claramente que su sitio está sobre el césped.

El Sporting fue un manojo de nervios desde el inicio. Los rojiblancos no cumplieron ni una de las normas del decálogo de Camacho para las grandes ocasiones. Ni hicieron la primera falta, ni el primer disparo, ni la primera ocasión. Las Palmas, pese a jugar al ralentí, tomó la manija del partido desde el arranque y, casi sin proponérselo, fue asomándose al balcón del área de Cuéllar. El Sporting vivía de las incorporaciones de Canella y de los intentos frustrados de Duje Cop.

Tras el descanso se acrecentó la incertidumbre, la sensación de que el Sporting era incapaz de aprovechar alguna de las ocasiones que generaba con cuentagotas, mientras los canarios daban pasos adelante. Hasta que el partido rompió en una jugada aislada en la que conectaron los dos extremos del Sporting e hicieron saltar la resistencia canaria como cuando se juntan dos cables pelados.

El Sporting se encerró a conservar su ventaja por más que Rubi intentaba sacar al equipo. El dominio canario se hizo asfixiante y Meré volvió a ser providencial al desviar un latigazo de Montoro con muy mala intención. Sin mayores sobresaltos se llegó al final, la grada olvidó todo el sufrimiento, celebró la victoria y se convenció de que un nuevo milagro es posible a la vera del Piles.