Se acabó lo que se daba: estamos en Segunda. El fútbol, que sí que de verdad pone a cada uno en su sitio (veremos dónde está ese sitio para algunos a partir de mañana), tras 37 jornadas nos ha devuelto a los abismos de la Segunda División. Más allá de consideraciones puntuales, se trata de un descenso más que merecido, "ganado" a pulso. Haber logrado por tercer año consecutivo salvarnos en la última jornada, hubiera sido excesivo premio para un equipo que en los momentos claves, nunca dio la talla. Y en Ipurúa, solo se consiguió una victoria, quizás hasta inesperada por los precedentes, pero que ha llegado demasiado tarde. Una victoria que debería haberse logrado en partidos como los disputados en El Molinón frente al propio Eibar, Alavés, Málaga, Dépor o al Espaynol.

Sería de necios ahora por ello, tratar de echar las culpas a quienes en absoluto las tienen. Ni Betis la jornada pasada, ni Athletic o Villarreal en esta, han sido los causantes de que el Sporting, por tercera vez bajo el mandato del hombre del ilustre apellido prohibido, haya vuelto a descender a los infiernos. Tres descensos en veinticinco años no es moco de pavo. "Enhorabuena": lo habéis -no os merecéis el mismo tratamiento de usted que dispenso al aficionado de a pie- vuelto a conseguir. Porque no es fácil mandar a un club a la ruina deportiva y económica de la forma que vosotros lo habéis hecho. No es nada fácil con una masa social respaldando al equipo año tras año durante cinco largos lustros, tragando sapos y culebras. No es en absoluto fácil con un Ayuntamiento salvándote de la bancarrota a costa de invertir dinero público a mansalva.

Como siempre que se produce un descenso, la afición busca responsables. En el caso del Real Sporting (Sociedad Anónima Deportiva, para hoy más desgracia que nunca de todos los sportinguistas) es muy sencillo encontrarlos. Solo hay que apuntar arriba. Los demás, son solo responsables indirectos de un mal, de un pésimo, de un nefasto gestor.

No queda otra que una vez más, volver a comenzar de cero. Pero antes, ojalá en el próximo partido el sportinguismo, por enésima vez, demostrara de qué piel está hecho. Ojalá se llenara así El Molinón, para enarbolar todos juntos una única bandera y lanzar un rotundo mensaje al unísono: ¡basta ya! Es entendible el hartazgo y que la tentación de faltar al último e intrascendente partido sea grande, pero no se puede ni por asomo ofrecer una imagen de resignación. ¡Nunca! No podemos darles a ellos esa victoria cuando nosotros hemos sufrido la peor de las derrotas.

Tengo el pleno convencimiento de que durante esta semana comenzaremos a ver algunos movimientos, que no buscarán sino precisamente apaciguar los ánimos, ahora mismo lógicamente muy calientes, de cara a ese partido frente al Betis. Un partido, que cuando se hizo público el calendario de la temporada, se había marcado en rojo por parte de las dos aficiones, como una cita ineludible para celebrar una gran fiesta de hermanamiento. Por desgracia, la fiesta, al menos para nosotros, se ha transformado en un funeral. Hoy en Ipurúa, hemos visto ya muchas lágrimas, tanto fuera como dentro del campo. Permítanme si me quedo con las primeras. Son las que reconozco como también mías.

Y pido disculpas a quien esperaba encontrar en estas líneas la crónica del partido y lo que se ha encontrado sin embargo en su lugar, ha sido la triste confirmación de lo que era la crónica de una muerte más que anunciada. Ni más, ni menos. "Enhorabuena" de nuevo a los causantes.

Post Scriptum: ¿quién será el próximo miembro del Consejo en salir a dar la cara tras este descenso? Se admiten apuestas.