El Sporting consuma su descenso de la manera más cruel. Los rojiblancos cumplieron con su parte y lograron en Éibar una victoria que seguramente no merecieron, pero el destino les fue esquivo esta vez. Durante cuarenta y cinco minutos, el milagro pareció posible. Los rojiblancos estaban a un partido de la permanencia. El gol de Burgui, que se sumó al que ya había anotado Adúriz en San Mamés, acercaba al Sporting al cielo de la permanencia. Se esperaba un gol del Villarreal para completar el pleno de resultados ideales, pero el drama acechaba en la última curva. Un gol de Szymanowski para el Leganés silenció a la Mareona y sentenció a un Sporting que no pudo regatear a última hora un destino que se forjó durante la temporada.

El fatal desenlace se adelanta una semana. La esperanza del sportinguismo pasaba por salir vivos de este domingo. Para ello, la premisa que parecía más complicada era que el Sporting ganara en Ipurúa. Fue justo la única que se dio. Los rojiblancos daban por hechos los triunfos locales de Athletic y Villarreal ante Leganés y Deportivo, pero los aspirantes a Europa no estuvieron a la altura de las expectativas. Los empates de los rivales directos hacen estéril el triunfo rojiblanco en Ipurúa, ante un Eibar que buscó la victoria con todos los argumentos a su alcance.

El descenso se consumó ayer, en una calurosa tarde en Éibar, pero se cocinó a fuego lento durante una temporada decepcionante. Ni el sportinguista más acérrimo puede negar que su equipo se mereció caer a Segunda División. Leganés y Deportivo dieron la cara cuando había que darla, sacaron adelante los partidos decisivos y consiguieron alejar el fantasma del descenso. El Sporting no lo hizo. Falló en los momentos clave. Perdió en casa con el propio Deportivo y con el Málaga y fue incapaz de ganar en Pamplona al colista Osasuna.

Fue un año duro para la afición del Sporting, que tuvo que ver cómo se desmantelaba el equipo de los guajes. A cambio se diseñó un proyecto de retales, que nunca logró conectar con la afición rojiblanca. Abelardo, incapaz de mantener la nave a flote y también de presenciar cómo se hundía, se hizo a un lado y dejó el campo libre a Nico Rodríguez. Ya sin freno de ningún tipo, el director deportivo completó en el mercado de invierno el esperpento que había diseñado durante el verano con fichajes como el de Traoré.

Tampoco los futbolistas pusieron de su parte. Los nuevos no aportaron lo que se esperaba, pero muchos de los que ya estaban en la casa rindieron muy por debajo de sus posibilidades. El mal rendimiento deportivo se completó con un puñado de exabruptos fuera del campo.

Para colmo, a instancias de los futbolistas, pero con el consentimiento de los entrenadores y del consejo de administración, se levantó una barrera entre el equipo y la afición, a base de entrenamientos a puerta cerrada y de desatenciones varias. La falta de actitud del equipo en muchos momentos condimentó una falta de identificación de la grada con su equipo. Sin embargo, no hubo un sólo reproche a los futbolistas, que parece que se van de rositas. Es la hora de Javier Fernández. El máximo accionista tiene que ejercer de presidente y empezar a tomar medidas destinadas a planificar la próxima temporada de forma eficiente para regresar a Primera División. El Levante de Muñiz, exjugador del Sporting, es el mejor ejemplo. Ayer fue un día triste y duro. Pero hoy tiene que ser el primer día del camino de regreso a Primera División.