Han sido necesarios únicamente tres partidos en El Molinón, para que el equipo rojiblanco haya escuchado ya los primeros silbidos por parte de su afición. Música de viento después de una victoria, lo que indica el nivel de exigencia del seguidor sportinguista. No es para menos, porque el juego del equipo lejos de sonar a música celestial, a lo largo del partido frente al Lorca, en ocasiones llegó a desentonar incluso en los registros y compases que deberían resultar más sencillos de interpretar.

Y todo a pesar de los intentos de un Paco Herrera que desde la banda, cual director de orquesta, gesticulaba y gesticulaba tratando en vano de poner orden y concierto, yendo sus aspavientos ´in crescendo´ a medida que pasaban los minutos. Visto desde fuera, es difícil de entender tal cúmulo de instrucciones continuadas a unos jugadores profesionales, que se supone que deberían traerse de casa la partitura muy bien aprendida. Es evidente que no es así y lo que queda es la sensación de que algunos jugadores desafinan en el momento más inoportuno; quizás precisamente por estar más pendientes de las órdenes que les llegan desde el banquillo, que de lo que acontece delante de sus botas sobre el césped.

Puede dar gracias el Sporting de que el Lorca, contrariamente a lo que es habitual en los equipos que llegan a El Molinón, en ningún caso renunció a jugar y buscó en todo momento con sus más que notables limitaciones, llevar el peligro a la portería que defendía Diego Mariño. Y bien que lo consiguió, pues la realidad es que el portero gallego con una fantástica intervención en la segunda parte, salvó al Sporting de encajar un empate provisional que a saber a qué hubiera podido conducir al final de los noventa minutos. Es probable que de todo lo acontecido durante el partido, esa mano providencial de Mariño sea de lo poco con lo que Herrera pueda irse a casa de verdad satisfecho. Pues salvo contratiempos que no serían deseables, el debate en la portería está cerrado.

Decíamos en la víspera del partido que lo importante eran los tres puntos. Y eso se ha conseguido. Sin embargo, justo en el día marcado en el santoral como dedicado a Santa Tecla, es innegable que Paco Herrera sigue sin dar con la suya. No obstante, disputadas ya seis jornadas, con once puntos logrados sobre dieciocho posibles, si no el juego, al menos sí los resultados avalan al entrenador catalán. A Herrera lo que es de Herrera.

A partir de este último dato objetivo, lo siguiente que quisiera la afición sportinguista es que su equipo además de ganar, convenza. Todos somos conocedores a fuerza de repetírnoslo una y otra vez, de la enorme dificultad de esta Segunda División igualada a más no poder. Pero hay partidos como el disputado frente al modesto Lorca, en los que no es entendible el nerviosismo y precipitación sobre el campo. Y mucho menos la improvisación. Porque ese nerviosismo acaba inevitablemente por trasladarse a la grada, con el consiguiente resultado negativo para el propio equipo, en forma de aún mayor ansiedad. La pescadilla que se muerde la cola, podríamos decir.

Por supuesto queda mucho tiempo para corregir esas taras que Herrera reconoce ver aún en su equipo. Lo importante es que hasta que esto se produzca, el equipo siga sumando. De tres en tres mejor que de uno o uno; pero siempre sumando. Confiemos en todo caso para que en Pamplona el próximo domingo, con la tranquilidad que otorgan los tres puntos sumados frente al Lorca, alguna de esas deficiencias sean superadas. Máxima atención pues para que Pamplona no acabe siendo para el Sporting otra Soria.

Post Scriptum: ¿qué hubiera ocurrido al descanso en el vestuario, de no haberse puesto inmediato remedio al lanzamiento de penalti marrado por Carmona? Hay escenas de patio de colegio que el Sporting debería evitar de una vez por todas. Las rotaciones definitivamente no son para los penaltis.