No fue casualidad que ayer, en el momento justo en que el féretro de Quini fue dolorosamente depositado dentro de la carroza fúnebre, empezara a orbayar sobre El Molinón. Había aguantado bien hasta entonces, hasta que El Brujo salió por última vez de su casa, de su templo y el de todo el sportinguismo. Ayer el de cualquier aficionado al fútbol. Eran las 21.09 horas y los dioses, él el primero, comenzaron a llorar.

La jornada que vivió ayer Gijón, Asturias y todo el cuadrilátero futbolero español quedará para en la memoria de España. Pero Quini se dio siempre tan poca importancia que sospecho le habría incomodado. Le habría incomodado, por ejemplo, ver llorar desconsolada a Andrea Cosío Suárez, 14 años, primero de la ESO en el colegio Patronato San José de Gijón. Los niños, lo primero para él. Andrea estaba en la cama el martes cuando su hermana le golpeó el corazón: "Ha muerto Quini". Se levantó, se vistió y se reunió con amigos para confeccionar unas pancartas y llevarlas a la puerta 9 del estadio de madrugada y a un grado. Andrea no vio jugar a Quini, pero se hizo del Sporting por él. Un día, El Brujo fue a su colegio y le impactó tanto su figura que quedó prendada. Como para tanta gente, para Andrea el Sporting era Quini."Sigo sin creérmelo", acertó a decir con voz entrecortada en la tribuna. No podía casi hablar. Literal.

Hubo muchos ojos humedecidos en un escenario colosal: tres carpas, 7 curas, 12.000 personas y millones de corazones. El Molinón fue más templo que nunca. Un gigantesco sentimiento en carne viva, del dolor al orgullo, mucha pena y mucha, muchísima, infinita admiración.

En el funeral de Quini no había gente importante porque importante sólo era él. Por eso el palco no fue el palco sino una grada de mitad de la tribuna, separada por una fina cuerda de plástico. Y ya. Los políticos a ras de vomitorio, a la altura de los aficionados. Porque con Quini no había clases. Todos al mismo nivel. Quini era, es y será el goleador del pueblo.

Solo Quini puede conseguir que el presidente del Oviedo comulgue en El Molinón. Si Quini fuera un equipo, ganaría en Asturias por goleada.

Sólo por Quini se forma semejante fila de coronas, "más de 100" repartidas en la capilla ardiente y concienzudamente situadas: visibles junto al féretro las dos del Barça, la del el Madrid, la de los veteranos del Oviedo o la del Betis. La de Aurelio Esteban, otro socio de voz temblorosa que gritaba en la tribuna "ahora, Quini, ahora" estaba lista, pero en su asiento. "A ver si me dejan ir a ponerla". Seguramente no fuera la última. Hoy se enterrará en la intimidad familiar. Justamente 37 años después de su mediático secuestro. Del secuestro de todos.

Las colas para homenajear a El Brujo daban la vuelta al estadio. Se calculó que entraron 3.000 personas a la hora durante las ocho que estuvo abierta la capilla ardiente: el féretro envuelto en una bandera rojiblanca, banderas de Gijón, el Sporting, Asturias y España, fotos suyas en las paredes, en los marcadores del campo y una pintura con su retrato obra de Juan Gomila, del año 1985, directamente llegada de Mareo.

El capellán Fueyo, que enterró también a Suso, hermano de Quini, encogió con su homilía a Leli Rubiera (jefe de prensa), que al final aguantaba el tipo como podía y se tapaba en el túnel para que nadie le viera sufrir. También encogió los corazones de El Molinón, que luego descosió sus gargantas para cantarle a El Brujo, al Sporting y al fútbol. Porque Quini era de todos. Icono del Sporting, embajador de Asturias y ejemplo de España. Una leyenda gigantesca, como la foto que quedaba fija en los marcadores cuando el templo se vacío y empezó a llover.