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El último servicio de Quinichi

El impacto de la muerte de El Brujo y su multitudinaria despedida dispararán el sentimiento sportinguista en las nuevas generaciones

Un aficionado del Sporting, en el velatorio de El Brujo en El Molinón, con el libro "Compañero Quini", escrito por el exrojiblanco José Manuel. JUAN PLAZA

Como si de un héroe clásico se tratara, Quini, desde el más allá, ha hecho un último gran servicio a la causa. En este caso a la del sportinguismo. Y por extensión a la del fútbol con mayúsculas, no ese convertido en negocio-espectáculo -el fútbol moderno lo llaman- secuestrado por personajes nauseabundos que recuerdan a los de la escatológica película "Pink flamingos" de John Waters. Y es que para si algo ha servido la muerte de El Brujo es para demostrar que lo del juego del balón no lo han inventado Messi, Ronaldo o los Florentinos, Mourinho y Jorge Mendes de turno. Al menos a las nuevas generaciones nacidas muchos años después de que Quini colgara las botas, y que, entre lágrimas, estuvieron muy bien representadas en el multitudinario funeral celebrado anteayer en El Molinón para despedir al ídolo del que sólo saben por güelito.

Quizás por eso sería conveniente que cuando la montaña rusa de emociones se estabilice y la vida vuelva al carril de la monotonía y a los ladrillos colocados alguien haga un estudio sociológico de cómo es posible que un tipo que no jugaba un partido desde hace más de treinta años haya reunido a tanta gente y de tantos diversos pelajes en su adiós, y concitando una unanimidad de las de verdad (la imagen del presidente del Oviedo comulgando entre canteranos del Sporting no tiene precio). Un tío al que le tocó vivir el fútbol de los domingos a las cinco, aquel que únicamente se podía seguir a pie de campo porque sólo había un canal de televisión y los partidos en directo se emitían con cuentagotas. Vamos, que simplemente saber cómo eran físicamente los ídolos del balón de la época era una epopeya: había que tirar de la colección de cromos. Lo demás dependía de la transmisión oral en un mundo sin móviles, tarifas de datos y redes sociales.

Aunque para entender la dimensión de lo que fue Quini basta con echar un ojo y poner el oído para ver y escuchar el impacto que en los medios de las dos metrópolis, afectados desde el principio de los tiempos por el síndrome del ombliguismo -llueve en Madrid o en Barcelona, ergo llueve en toda España- tuvo la muerte del mítico jugador del Sporting y del Barcelona. Estos días los programas deportivos se convirtieron en monográficos sobre Quini. El Brujo logró lo imposible: robarle todo el protagonismo al Real Madrid, derrotado en el descuento en Cornellà por el Espanyol, y a la operación de tobillo de Neymar. Una rotura de esquemas en toda regla en unos tiempos en los que una partida a las chapas del Real Madrid o del Barça acapara todos los focos.

Y aquí es donde entra el último servicio que desde el otro lado ha hecho Quini, Quinichi (el hombre de los siete "Pichichis"), al Sporting. Como sucedió con el repunte de la natalidad nueve meses después del gol de Iniesta a Holanda en Sudáfrica y que dio el primer y único Mundial a España, es seguro que la entrada de Quini en el Olimpo sirva para dar un chute de renovado sportinguismo a más de uno y para captar para las filas del Sporting a guajes de toda Asturias ahora hipnotizados por merengues y culés. Es más que probable que tras ver, por ejemplo, a los veteranos levantar a pulso el féretro de Quini hacia el cielo al término del funeral sobre el césped de El Molinón -hay que aplaudir la idea del tantas veces denostado consejo de administración rojiblanco- en los próximos años aparecerán chavales como Andrés, el niño de Cartagena de diez años seguidor rojiblanco que se plantó en Lorca para ver a los de Baraja sin tener relación previa con Gijón ni el Sporting. "Soy del Sporting y punto. Es inexplicable", decía. Esto ya no ocurrirá porque ese sentimiento ya no será inexplicable para la próxima generación de sportinguistas tras el último servicio de Quinichi al Sporting y al fútbol. Será el momento de volver a decir: Gracias, Brujo.

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