"Quinín, para ya que toy de noches en la fábrica y tengo que dormir". Así regañaban a un joven Enrique Castro, de 15 años, los vecinos de la calle Río Piles, del avilesino barrio de Llaranes. En esa vía estrecha, por la que todavía hoy cabe un coche a duras penas, el mejor delantero del Sporting y uno de los más destacados del fútbol español del aprendió a rematar de cabeza. "Se pasaba las horas ahí, pegándole a la chapa de la calle. No fallaba ni una. Siempre tenía los ojos abiertos cuando iba a cabecear y ya por entonces tenía un cuello que parecía una pierna", rememora Nacho Álvarez, vecino de El Brujo, fallecido días atrás tras sufrir un infarto.

Quini vivía por aquel entonces en el número 14, en uno de los bajos de un edificio de ventanas marrones. Muy cerca de la calle Río Requejada, donde residía María de las Nieves Cañada Gómez, su esposa. "Por aquel entonces ya la rondaba", menciona Álvarez. En Llaranes, el antiguo poblado que levantó Ensidesa, todavía se refieren al futbolista como "Quinín", el jugador que se hizo grande en el equipo de la empresa. Sin embargo, antes de golear en La Toba, El Brujo se hizo futbolista en los recreos del colegio de los Padres Salesianos del barrio. "Él siempre decía que los primeros pasos los dio aquí. Le estaba muy agradecido a los curas", explica Nacho Álvarez en la misma cancha techada y de gravilla bien pulida mientras entrenan los guajes de la Escuela de fútbol de Llaranes. "Esto no tenía nada que ver con lo de ahora. Aquí había dos porterías y barro, nada más", rememora.

A pesar de los cambios en el recinto deportivo, el resto del colegio no ha variado demasiado. "Lo que fue su clase hoy es un laboratorio, pero lo cierto es que el resto está igual. Las clases siguen teniendo la tarima de madera y los encerados de cristal de pizarra", repasa David Artime, director del colegio. "¡Puff!, sí está todo igual, quitando el proyector y el aparato de música", puntualiza Álvarez, invadido por los recuerdos. "Regresó hace un par de años, en el 2016. Le traía muy buenos recuerdos. Estaba pendiente de volver, porque se emocionó mucho. Se echó a llorar", comenta Artime.

El siguiente paso futbolístico de Quini por Llaranes se dio en el campo de La Carbonilla, un curioso recinto deportivo de escoria machacada donde también hizo sus primeras paradas su hermano Jesús Castro. Hoy ya no existe. La construcción de la variante de Avilés , el enlace con la autopista lo sepultó para siempre. "Es que te tenías que ver aquí. Castro era una postilla andante. Caerte significaba tres meses de heridas. Eso sí, no iba con medias tintas. Quini se dejaba la piel aquí, literalmente", dice Nacho Álvarez, frente a la escombrera que es hoy La Carbonilla. "Por aquí, ya cuando jugaba en el Sporting, solía venir a menudo. Mientras Mari Nieves se preparaba, él se ponía a dar instrucciones. Se metía en el campo y paraba el juego. Te decía,'tienes que rematar así' -explica colocando el cuerpo como si fuera a hacer una volea-. Y claro, era Quini. Cómo no hacerle caso", menciona.

En la Toba, el Brujo llamó la atención del Sporting de Gijón pero en el puente sobre el río Arlós, a las puertas del campo de Santa Bárbara, El Brujo protagonizó una anécdota curiosa. "En su día esto era el río condonero, por lo sucio que estaba. Había unas ratas enormes. Quini se venía aquí con una escopeta y se ponía a cazar. Vaya puntería que tenía el tío, no fallaba ni una. Cuando volvió para ver lo del documental, hace cinco años, le preguntaron sobre el tema. Con un poco de cachondeo le decía que vaya limpio estaba el río. Y él va y responde: '¡Claro, joder! Este río limpiélo yo'". Así era Quini, un paisano de Llaranes.