Había amenaza de vendaval sobre El Molinón, pero lo que arreció fue una galerna del Cantábrico. Más que Hugo, lo que agitó la zona alta de la clasificación fue un Sporting que viene lanzado, como el caballo ganador en la línea de meta. Los rojiblancos suman seis puntos ante los dos primeros clasificados, encadenan cinco victorias consecutivas, han ganado los ocho partidos que ha dirigido Baraja en El Molinón y no reciben un gol desde aquel lejano derbi. El Sporting ha formalizado ya su candidatura al ascenso directo, algo impensable hace algunas semanas, y se ha convertido en un equipo que mete miedo por la cabeza de la tabla.

Sporting y Rayo Vallecano midieron su inercia, su prestigio y sus aspiraciones en un duelo a pecho descubierto, entre dos equipos que son de los que no esperan a verlas venir. Los contendientes, dos de los equipos más en forma y de vocación más ofensiva de la categoría, pensaron siempre más en lo mucho que podían ganar que en guardar la ropa. Ganó el Sporting, aunque pudo hacerlo cualquiera. Fue un partido de alta intensidad, pero también hubo fútbol. Mucho fútbol. Fútbol del bueno. Porque se enfrentaban dos equipos temibles en sus destacamentos de vanguardia. El vendaval de viento, lluvia y granizo que azotó El Molinón durante toda la tarde vino a terminar de ponerle épica al asunto.

El Molinón digirió bien el temporal, tanto en la grada, que presentó un aspecto envidiable y se engalanó con el mosaico de homenaje a Quini, como en el césped, algo más pesado de lo habitual, pero en perfecto estado de revista. No se enfrió el Sporting, bien arropado por un público entregado y crecido por el respaldo de los resultados. Cómodo al fin en su condición de favorito y de equipo a batir.

La victoria ante el Rayo Vallecano, en el contexto de los resultados últimos del Sporting, es un mensaje a todos los rivales. Los rojiblancos además dejan resuelto el golaveraje con algunos equipos punteros como el Huesca, Rayo y Lugo y empatado con Osasuna. La inercia es la de un equipo que apunta directo a Primera División. Ojo también al Rayo, seguramente con el Huesca, el mejor equipo que pasó por El Molinón. Entre sus méritos hay que reconocer la valentía y el buen gusto futbolístico. El Sporting pica alto y tiene un superávit de confianza que, unido a su calidad, han devuelto la ilusión.

Con el respingo todavía metido en el cuerpo del sportinguismo por el sentido homenaje a Quini, el Rayo caló primero la bayoneta. Lo hizo con una fórmula clásica. Un centro lateral de Embarba al que no alcanzó por milímetros Raúl de Tomás, decepcionante ayer, más centrado en la protesta que en el gol. El Sporting, con la alineación prevista, una vez que Baraja confirmó que recuperaba a Álex Pérez para la batalla, se despejó con el susto, desplegó a Jony y asedió la portería de Alberto, que se mantuvo firme bajo el chaparrón. Sacó primero de la escuadra un centro-chut de Jony, desvió luego al larguero un libre directo de Rubén García y voló bajo para rechazar a dos manos un remate raso y malintencionado de Carmona. En la otra portería, Mariño también se llevó algún sobresalto que comprometió su imbatibilidad. Primero con una especie de cola de vaca que Unai López calibró con destino al poste derecho del portero gallego y que se le fue fuera por poco. Y luego, con una mano firme en un latigazo de los que Bebe tiene registrado con el cañón de su pie derecho. Al descanso, parecía increíble el empate sin goles, pero el público estaba satisfecho con el menú, a la espera del postre.

¿Firmas el empate? Esta era la gran cuestión al descanso, a la vista de los resultados ya conocidos. A esas alturas, mientras sus compañeros descansaban, Nano Mesa intensificaba el calentamiento junto al preparador físico, con lo que Baraja declaraba sus intenciones. Al Sporting de hoy no le sirven los empates. Y menos en un Molinón que se mantiene inmaculado ocho partidos después de la llegada del Pipo. Con todo, de la caseta volvieron los mismos que habían iniciado la contienda. El canario tardó aún ocho minutos en saltar al césped para doblar la apuesta ofensiva del Sporting y mutar el sistema a un 4-4-2.

Esos ocho minutos fueron los peores del Sporting en el encuentro y pudo pagarlos caros. Al igual que al inicio del choque, el Rayo aumentó la presión. El Sporting se complicó la vida con un error no forzado de Guitián en la salida del balón, que perdió al intentar un regate absurdo. Un resbalón inoportuno a la salida del córner, derivó en una sucesión de ocasiones visitantes en medio del barullo. De Tomás resolvió con un cañonazo al segundo intento y Sergio evitó con su antebrazo un gol que parecía cantado. No se percató el árbitro que señaló un córner.

Con el movimiento de Baraja, el Sporting volvió a crecer y los focos apuntaron de nuevo al rostro de Alberto, que ganó un mano a mano con Santos que había corrido medio campo. La crecida del Sporting fue tal que ahogó al Rayo, víctima de sus propias virtudes. Querían los de Míchel salir jugando y Jony, otra vez el hombre del partido, intuyó un pase horizontal, como un buen ladrón y robó salió volando de la escena y le entregó el botín a Santos. El uruguayo esperó al despliegue de Carmona y dibujo un pase picado que era medio gol. Tanto, que Baiano, en su afán por evitarlo, sorprendió a Alberto. Siguió el Sporting a lo suyo y buscó el segundo con un remate en plancha de Santos, al más puro estilo Quini, que se topó con un paradón de Alberto. Luego, en un intercambio de papeles, centró el uruguayo y Jony no alcanzó por poco. Para alcanzar la gloria, faltaba lo de siempre. La aparición de Mariño, más necesario que nunca en los minutos finales. El Sporting es ahora mismo un equipo de cuerpo entero.