"Aquí se respira un aire diferente. Se respira la ilusión de la gente que viene los domingos". Eva Carmen Álvarez García disfruta contemplando El Molinón, su lugar de trabajo desde que hace 35 años acudió a echar una mano a su madre, María del Carmen García. Ésta última era una de las encargadas de las labores de limpieza del municipal gijonés. Una tarea que también le venía de familia. Antes la había desempeñado la abuela de Eva Carmen, María Álvarez. La tradición se ha mantenido hasta alcanzar la tercera generación y por delante del futuro profesional que se le presumía a esta mujer de 58 años, diplomada en Magisterio y profesora de niños en su juventud. Pesó más el orgullo de convertirse en una de las trabajadoras más longevas del club "de mi vida y el de toda mi familia".

"El fútbol es distinto a todo. Cada semana hay un examen nuevo. Y eso, también se traslada a nosotros, los que trabajamos aquí", explica Eva Carmen, que vive su tarea en el Sporting con especial intensidad. Se siente una más en el objetivo de los futbolistas, que para ella son "los neños", y parece disfrutar con esa filosofía. "Cuando los resultados no acompañan también sientes ese estrés, y cuando todo va bien, lo afrontas todo con un poco más de alegría", asegura. "Durante el año, normalmente, estoy en El Molinón, pero también subo a Mareo, ayudo en la cocina, a lo que requieran los entrenadores... Cada uno tiene sus horarios, sus maneras de hacer las cosas", relata sobre los métodos de los técnicos. Recuerda con especial cariño las etapas de Preciado y Abelardo, aunque "todos se portan muy bien con nosotros. Somos una familia".

Eva Carmen, que nació en Oviedo "por accidente", está curtida en experiencias como la de pasarse meses sin cobrar y superar procesos concursales, dirige un equipo de seis trabajadores que, con el refuerzo puntual de personal externo, se encargan de mantener "como una patena" Mareo y El Molinón. "Limpiar todo El Molinón después de un partido supone diez días de trabajo", detalla incluyendo, además de las gradas, baños y los más de treinta palcos, entre otros rincones. "He llegado a encontrarme muchas cosas mientras recogía. ¿Lo más pintoresco? Restos de carros de centollo y bígaros que, semana tras semana, dejaban en una esquina de la grada este. Uno que debía venir a ver al Sporting y se pegaba una buena mariscada", recuerda entre risas. Entiende todo gesto o acto de pasión por el conjunto rojiblanco. "Nosotros seguimos pagando los carnés de mi abuela y de mi padre, que llegaron a ser socios de honor, aunque ya han fallecido", desvela para reforzar ese sentimiento familiar con el club, aunque teme que no tendrá el relevo de una cuarta generación de trabajadores en el Sporting. "Los años que me queden habrá que disfrutarlos con los neños", concluye.