Mieres del Camino,

D. MONTAÑÉS / M. PÉREZ

Los hermanos José y Carlos Vargas ingresaron ayer en prisión, sin fianza, acusados del homicidio de los dos miembros de la familia Ferreduela que el pasado martes fueron abatidos a tiros en Ujo (Mieres). El mismo camino siguió el patriarca familiar, Carlos Vargas, aunque, en su caso, los cargos se reducen a varios delitos por lesiones. Los tres prestaron ayer declaración durante ocho horas en los juzgados de Mieres, desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. Finalmente, como apuntaba la investigación, Carlos Vargas, de 38 años, asumió la autoría de los disparos. Fuera del inmueble judicial, decenas de familiares y allegados de los fallecidos protagonizaron una larga, tensa y desgarrada espera. Pudieron desahogar su rabia en el momento de la entrada de los acusados en el edificio, pero nada más, ya que las fuerzas de seguridad lograron burlar el «cerco» a la salida. Gritos, amenazas, lamentos y desmayos conformaron un cúmulo de viscerales reacciones en el improvisado acantonamiento de los Ferreduela. Muchos dirigentes gitanos mostraron también una encomiable serenidad llamando a la calma e intentando que los más jóvenes no llevaran demasiado lejos su indignación, lo que finalmente no sucedió.

Los tres detenidos declararon ayer ante la jueza tras negarse previamente a dar su versión de los hechos a la Guardia Civil. Las diligencias, pese a todo, apuntaban a que el autor de los disparos que acabaron con la vida de Juan y David Ferreduela fue el menor de los hermanos Vargas, Carlos. Si bien José Vargas, de 40 años, intentó inicialmente inculparse, finalmente, según señaló ayer el abogado de la defensa, José Carlos Botas, el principal sospechoso reconoció ante la juez haber sido quien apretó el gatillo. Gran aficionado a la caza, Carlos Vargas está federado en la disciplina de tiro olímpico. Es, por tanto, un experto tirador. No obstante, según las pesquisas, habría utilizado una pistola adquirida ilegalmente, con munición también prohibida, balas de punta hueca que se fragmentan en el momento del impacto. Botas anunció ayer que el mismo lunes pedirá la liberación del patriarca y de su hijo mayor.

Según recogen las diligencias, el conflicto surgió durante la celebración del cumpleaños de una de las hijas de Juan Ferreduela, una joven que se recupera de una grave enfermedad. Los hermanos Vargas, supuestamente a requerimiento de su padre, acudieron al área recreativa donde se celebrara el festejo para exigir su suspensión alegando que ellos estaban de luto por la muerte de su madre. Tras mostrarse inflexibles en su demanda, se fueron y regresaron pocos minutos después, ya armados. Según las diligencias, Carlos Vargas se acercó primero a Juan Ferreduela, de 45 años, le disparó a bocajarro y, ya en el suelo, le asestó un segundo disparo. Su sobrino, David Ferreduela, de 25 años, uno de los gitanos jóvenes más respetados en la región y que ya ejercía incluso labores de patriarca, se acercó para intentar socorrer a su tío. También fue tiroteado. La primera bala le dio en la espalda, de rodillas en el suelo, según los testigos, recibió el segundo impacto, a la altura de la cabeza, que resultó mortal. También fue a bocajarro. A partir de ese momento, el resto de la familia Ferreduela se abalanzó sobre los Vargas. Los testigos aseguran que Carlos Vargas llegó a vaciar un cargador entero (16 balas). «Es un milagro que no se produjese una matanza aún mayor», afirmaron ayer miembros de la familia Ferreduela. Una vez vacío el primer cargador, el presunto homicida habría cogido otro y procedido a recargar la pistola. Con los nervios, se le cayó al suelo, lo recogió rápidamente, y habría seguido disparando. La investigación no esclareció aún si José Vargas, como afirman algunos testigos, también estaba armado, pero en todo caso no habría hecho uso de esa segunda supuesta arma.

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