Gerona, E. PADILLA

Los vecinos de la Garrotxa (comarca del prepirineo gerundense con una población de 55.000 habitantes) fruncen el ceño con disgusto estos últimos días cuando, de manera más o menos retórica, los medios de comunicación se preguntan qué pasa en Olot para que, en cuestión de pocas semanas, la ciudad y municipios cercanos se hayan destapado como cuna de asesinos merecedores de ser incluidos en los anales de la psiquiatría forense. Es obvio que no pasa nada y que la casi coincidencia en el tiempo y en el espacio de los crímenes del celador del geriátrico La Caridad, Joan Vila, (ya se han confirmado once asesinatos) y del albañil Pere Puig es fruto de ello, de la coincidencia. Pero, no se puede pasar por alto que, al igual que Joan Vila, Pere Puig pertenece a una clasificación clásica de asesinos. Se dicen asesinos en masa familiares y se caracterizan por dejar tras de sí al menos cuatro víctimas y desaparecer del escenario de los crímenes. Se diferencia del asesino en masa clásico en el que este último suele culminar sus crímenes con el suicidio, aunque Puig declaró que llegó a pensar en esperar a la Policía «y liarse a tiros». Pero al final se entregó ya que, según admitió, después de matar se sentía mejor.

«El asesino en masa comprende en un mismo episodio criminal cuatro o más víctimas en una misma localización, sin período de enfriamiento emocional, y en ocasiones sobre gente cercana. El mecanismo detonante puede ser la frustración laboral en el contexto de una personalidad depresiva-paranoica», cita el médico forense especializado en Psicología Criminal y Forense Ángel Cuquerella Fuentes en el artículo «Asesinos en serie. Clasificación y aspectos médico-forenses». Matizamos la teoría de los especialistas aplicada al caso de Pedro Puig: efectivamente, parece que no hubo enfriamiento emocional aunque condujo unos diez minutos -en hora punta, a las nueve de la mañana- para trasladarse desde el bar «La Cuina de l'Anna», en un barrio de las afueras de Olot, escenario de los asesinatos de Joan y Ángel Tubert, hasta la Caja de Ahorros del Mediterráneo, en el centro de Olot.

Mientras tanto, según declaró ante el juez, aprovechaba para recargar el rifle Winchester de caza mayor que había escogido para la matanza, porque lo dominaba más que la escopeta y «sabía que hacía más daño». Una vez ante la CAM, entró y clavó dos tiros a Rafael Turró, ya que vio que el primero no le había tocado de lleno. Después disparó contra Anna Pujol y la mató en el acto. Si el breve interludio entre el primer episodio de crímenes y el segundo se puede considerar o no etapa de enfriamiento, es un discurso facultativo que corresponde dirimir a los psiquiatras encargados del peritaje forense. Otro aspecto en el que Pere Puig no acaba de encajar es que los asesinos en masa suelen ser individuos jóvenes, de entre 20 y 30 años, detalla el catedrático de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Barcelona Antonio Andrés Pueyo. El presunto asesino de la Vall d'en Bas tiene 57, pero Pueyo interpreta que «la falta de una red social no ayudó a mitigar su deseo de venganza».

Los vecinos de la Garrotxa a la gente como Puig les apodan jabalíes. Es una palabra muy gráfica para definir personas solitarias, de pocas palabras y aún ariscas, con una notable dificultad para verbalizar sentimientos y emociones y, por tanto, solicitar ayuda para resolver conflictos. De aquí a entrar en el terreno resbaladizo de los juicios de valor hay sólo un paso. Del mismo modo que Puig admitió que «se vistió de cazador porque esa mañana iba a cazar», en este caso los vestidos de verdugo y víctima también parecen intercambiables, siempre según qué parte hable. La letrada defensora de Puig, Núria Masó, considera que el discurso de su cliente «no es coherente» y que precisa evaluación psiquiátrica y probablemente tratamiento. Puig no había visitado nunca ni un psicólogo ni un psiquiatra, según admitió en declaración judicial.

Masó calificó a su cliente como «una buena persona» y esto ha sido motivo de una durísima crítica por parte de una de las familias afectadas. Puig declaró que sus patrones le debían unos 2.300 euros de dos pagas extra y dos semanas de trabajo y que en el banco tenía una deuda de unos 5.500 euros de la tarjeta de crédito. Eso sí, la iba pagando con regularidad e incluso los viernes pasaba a dejar las tarjetas en el banco para evitar gastar demasiado durante el fin de semana. Antoni Fierro, director de la oficina, le conocía desde hacía años.

Carles Monguilod, el abogado que ejerce la acusación particular en representación de la familia Tubert y que a su vez defiende a Joan Vila, el celador de La Caridad, tiene una opinión muy diferente. «Me resulta incomprensible. No he sabido detectar ningún móvil lógico, en el sentido que se entiende por lógico con respecto al comportamiento de los seres humanos», remachó el penalista. Puig nunca había reclamado nada a sus patrones Joan y Ángel Tubert, y con los empleados de la Caja tampoco había tenido malas palabras.

El albañil sabía que su patrón pasaba por dificultades económicas. «Es un negocio familiar y si se quedaban sin trabajo iban todos a la calle, pero también iba el patrón», reflexionó Monguilod. Y es que uno de los grandes temores del presunto asesino era quedarse sin trabajo. «Él ha dicho que con el pan de casa no juega nadie», explicó la letrada defensora. El pan de su casa parece que no peligraba: tenía 4.000 euros en una cuenta corriente compartida con el padre y la hermana, la casa donde vivía estaba pagada y pertenecía a su padre, con quien tenía una buena relación y a menudo le había dejado dinero. En Olot, hay gente que comenta que fumaba unos puros que no eran baratos. Otro vicio confesable excepto, si es que se puede considerar un vicio, la caza. Previsiblemente, tanto la fiscalía como la acusación particular reclamarán indemnizaciones millonarias por las cuatro muertes. La letrada defensora advierte que Puig es insolvente y que habrá que mirar bien la póliza de seguros que obligatoriamente deben contratar los cazadores. En lo único en que coinciden los dos letrados es que el presunto asesino declaró sereno, expresó su arrepentimiento asegurando que captaba perfectamente la gravedad de sus hechos, y que contó la verdad a la Policía.

Puig admitió que la idea de matar a las personas que integraban su «lista» le rondaba por la cabeza. La matanza que cometió también se podría explicar por la «frustración laboral» de la que hablan los especialistas en psicología forense como posible detonante de un asesino en masa: los patrones le debían dinero, y creía que su puesto de trabajo peligraba. Estos dos elementos son suficientes para someter a un criminal a un cuidadoso estudio psiquiátrico.

En el peritaje, uno de los elemento que los peritos forenses evaluarán será también su vida sexual. Y, como en el caso del otro presunto asesino de la Garrotxa de manual, el celador de la Caridad Joan Vila, ésta es de órdago. Joan Vila se hacía pasar por un hombre casado y contactaba por internet con personas a las que pedía información sobre lugares del Alt Empordà -tiene un piso en un municipio costero- donde buscar relaciones esporádicas con otros hombres. Uno de sus psiquiatras dejó por escrito que no asumía su tendencia sexual. En el caso de Pere Puig, encuentran un hombre de 57 años que admite que nunca ha tenido pareja. Hace unos meses, según explicaron los responsables del bar de la Canya donde cometió los dos primeros crímenes, había una camarera colombiana y el hombre se encaprichó de ella. La chica le paró los pies y al cabo de un tiempo encontró otro trabajo y se marchó. Se cree que Puig consideró que el dueño del bar había tenido algo que ver y por eso lo incluyó en su «lista», donde también había un lampista que Puig dice que «le miraba mal».