El comisario general Miguel Ángel Santano

(Cáceres, 1951) dirige la Policía científica española, que cumple este año cien años, desde junio de 2004. Bajo su responsabilidad se llevó una parte muy importante de la investigación del 11-M. Eso le colocó en la primera línea de la lucha política en torno a los atentados. Llegó a ser acusado en el llamado «caso del ácido bórico», motivado por la eliminación de una referencia a ETA en un informe policial. Salió libre de culpa, como todos los acusados. Siete años después de la masacre asegura que la investigación fue la mayor de la historia en España y que se hizo bien, como demuestra la condena de los acusados. Su espina clavada es sin embargo no haber encontrado el cuerpo de Marta del Castillo, la joven hecha desaparecer en Sevilla.

-Dirigía la Policía científica de Madrid cuando los atentados.

-Exactamente, y en junio ascendí a comisario general. Fue la investigación más ardua que haya tenido jamás la Policía española, no sólo por lo durísimos que fueron los atentados, sino por el lugar en el que se produjeron. Nos llevó esa investigación dos años de trabajo. Se analizaron 26.000 evidencias. Son cifras monstruosas, no se había hecho jamás una investigación así.

-¿Se apreció ese trabajo?

-Ha quedado patente ese trabajo. La conclusión final fue lo que se vio en el juicio oral, la validez de todas las pruebas para condenar a los acusados. Yo creo que quedó suficientemente demostrado el 11-M. Algunos medios no lo creen así.

-Llama la atención la intervención del Tedax. ¿Analizaban ellos habitualmente las pruebas?

-Sí que era lo normal. Los Tedax llevaban 25 años funcionando así. Tenían un pequeño laboratorio, hacían los primeros análisis, pero los definitivos eran de la Policía científica. Y en el 11-M lo hizo todo la científica. Que se hayan planteado dudas de los análisis de los explosivos es algo que no lo puedo entender. Cuando hicimos los análisis que nos ordenó el magistrado Gómez Bermúdez, que duraron tres meses, había dos especialistas de Policía científica, dos de la Guardia Civil y cuatro peritos de parte. Todo ese trabajo, de 4.000 horas, está grabado. Un secretario judicial precintaba y desprecintaba el laboratorio y las cámaras. Sorprende que se haya dicho que si en ese momento se dijo no sé qué: señores, si es que está grabado...

-Eran restos mínimos...

-Se hicieron análisis que no se habían hecho jamás. Afortunadamente, el presidente del tribunal ordenó que todo se grabara. Los funcionarios decían que parecía que estaban en «Gran hermano». Se han dicho solemnes tonterías. No se puede decir que aquellos análisis se corrigieran. Había un secretario judicial que supervisaba. ¿Alguien piensa que si se hubiese ordenado hacer alguna cosa poco clara a algún policía, éste lo hubiese hecho? ¿Y que, si se hubiese hecho, no se habría terminado sabiendo?

-Usted fue inspector en la Policía científica.

-Durante seis años, en Tenerife, entre 1977 y 1983.

-Por tanto, puede hablar de su evolución con conocimiento.

-El avance ha sido exponencial, especialmente en los últimos ocho o nueve años. Se ha investigado en nuevas herramientas, pero sobre todo han influido las aplicaciones informáticas. El sistema automático de identificación dactilar es hoy en día un ordenador. En mi época teníamos que buscar a mano y con lupa. Todas o casi todas las nuevas tecnologías son de aplicación. Hace unos años, en 2007, inauguramos el Instituto de Investigación en Técnicas Policiales, que es un órgano conjunto de la Universidad de Alcalá y la Dirección General. Allí damos un máster de preparación criminalística, que puede hacer cualquiera con la correspondiente titulación. Pero además abrimos líneas de investigación sobre cosas que pueden servir en el futuro.

-La Policía científica se ha convertido en pieza esencial.

-Estamos en un Estado de garantías al ciudadano, que no puede ser condenado por la comisión de un delito si no hay pruebas fehacientes que queden demostradas en un juicio oral. Todo es eficaz, pero las pruebas de la Policía científica son palmarias, como el ADN. Lo mismo ocurre con las huellas o el resto de pruebas que puede aportar. En todas las comisarías hay una unidad de Policía científica, las más pequeñas, con tres agentes, y la mayor, que es la de Madrid, con 130.

-¿Cómo está afectando la crisis a la Policía científica?

-La reducción afecta a todos. Pero nosotros tuvimos la suerte de que empezamos a construir el edificio principal de la Comisaría central de Policía científica en 2005, antes de la crisis, y fue inaugurado en febrero de 2009. Creamos un edificio de 22.500 metros dedicado sólo a Policía científica. Puedo decir con orgullo que son las mejores instalaciones de España. Ahora vamos a poner en marcha un sistema, con un presupuesto de 10 millones de euros, que permitirá conectar nuestras bases de datos con el resto de las policías científicas europeas.

-¿Y en España?

-Hemos conseguido que las bases de datos sean comunes a todas las policías del Estado. Hemos sido pioneros en crear en Interpol una base mundial de balística, con siete países europeos incorporados.

-¿Hacia dónde va esta rama?

-La técnica que más rápidamente ha evolucionado es el ADN. Trabajamos con el ADN no codificante, que es diferenciador, pero que no nos dice nada más sobre la persona. En 2007 se aprobó una ley orgánica que nos establece cuáles son las personas de las que podemos guardar ADN, y por qué tipo de delitos. A partir de ahí, se va tomando muestra a las personas detenidas, con las que se forma una base de datos. Mucha gente pensaba que las técnicas de dactiloscopia iban a desaparecer, pero son complementarias. El análisis de huellas es baratísimo, y el del ADN, costoso. Tenemos ahora seis laboratorios de ADN. El central, en Madrid, tiene 6.000 metros y 74 especialistas.

-¿Una técnica infalible?

-Es infalible. No hay dos ADN iguales, salvo el de los gemelos univitelinos. Cuando damos un ADN hacemos un cálculo de probabilidades. La verdad absoluta no existe.

-He leído que le duele no haber encontrado el cadáver de Marta del Castillo.

-Es mi gran espina clavada. Se hizo lo posible y lo imposible. Se rastreó el Guadalquivir de arriba abajo. Cada vez que ha habido una posibilidad de que estuviese en otra parte se ha buscado. No quiere decir eso que no vayan a ser condenados los criminales. Uno piensa en esos padres, que saben que está muerta, pero que les hubiese gustado recuperar el cuerpo de su hija, tener un sitio donde ir a verla. Falló la cerrazón de los autores, que se han negado a decir dónde está.

-¿Perjudican series como «CSI»?

-Yo no las veo negativas. Han servido para popularizar nuestro trabajo. Son series de una hora que tienen que tener un inicio y una conclusión. La única diferencia es que la Policía científica no puede solucionar los casos en una hora. Pero funcionamos igual. La científica se ha convertido en una de las especialidades preferidas. Cuando entran los nuevos policías, el 40% quiere ingresar en ella. Cuando vamos a dar alguna conferencia a la Universidad es muy frecuente que nos pregunten cómo entrar en la científica, sobre todo los de Biología o Química. Muchos creen que se puede entrar directamente, pero primero hay que ser policía.