Josh Powell hizo explotar ayer su casa en Graham, Washington, con sus dos hijos dentro. Minutos antes de abrir el gas había enviado tres palabras a su abogado por correo electrónico: «Lo siento, adiós». Todo comenzó en 2008 con a desaparición de su mujer, Susan, de la que fue sospechoso desde las primeras investigaciones. Por aquel entonces perdió la custodia de sus hijos, que nunca recuperó.