Barcelona / Oviedo,

Agencias / L. Á. V.

«Los españoles éramos los tontos del barco, no teníamos a nadie que nos coordinara», aseguró ayer uno de los sesenta pasajeros nacionales del «Costa Concordia» que se han descolgado del ofrecimiento de indemnización de la compañía «Costa Cruceros» (unos 14.000 euros) y se ha puesto en manos del prestigioso abogado José María Fuster-Fabra para reclamar cantidades superiores. Los pasajeros, que anunciaron ayer su demanda contra la compañía del crucero que se hundió ante la isla de Giglio, frente a la costa italiana de la Toscana causando la muerte de 25 personas, aseguran que permanecieron en el crucero mientras naufragaba tras recibir por megafonía una única instrucción en español, la de refugiarse en el camarote y esperar.

Los dos pasajeros gijoneses que se vieron inmersos en la tragedia del «Costa Concordia», David Criado y Sabela Fernández, han puesto el asunto en manos de una abogada, aunque todavía no han decidido si aceptan la indemnización que ofrece la compañía o emprende acciones legales contra «Costa Cruceros».

Varios de los pasajeros que se han agrupado para emprender acciones legales contra la compañía relataron ayer en una rueda de prensa en Barcelona su desesperación ante una evacuación del crucero que fue caótica y en la que acabaron separados de sus familiares, sin saber la suerte que habían corrido hasta horas después.

Los pasajeros creen que se vieron atrapados en esa situación por hacer caso de las órdenes de megafonía que instaban a permanecer en el barco, ya que, aseguran, las instrucciones de evacuación nunca se difundieron en castellano, aunque sí en otras lenguas. «Fuimos los tontos del barco, porque creímos en las instrucciones de megafonía y esperamos en el comedor», relató aún con lágrimas en los ojos Salvador Montserrat, que viajaba con su esposa y asegura que vio cómo viajeros ingleses y franceses tenían a alguien que los guiaba, mientras que a ellos «no los coordinaba nadie».

«Como todo el mundo sabe algo de francés, seguimos a los franceses hacia los botes salvavidas», unas barcas que, según coinciden los demandantes, estaban oxidadas, no se abrían y tenían los tornillos atascados por múltiples capas de pintura, por lo que fue necesario arrancarlos con hachas. Los familiares no se encontraron hasta horas más tarde de la evacuación. En el caso de Víctor Galán, por ejemplo, en el aeropuerto de Roma, cuando se disponían a regresar a España.

Jaume Farré, que viajaba en el crucero con su mujer, sus dos hijos de 3 y 7 años, sus padres y una hermana, explicó que, en plena evacuación, llegó a hablar por teléfono con su padre, que estaba solo y desorientando, y, convencido de que éste iba a morir, le mintió asegurándole que él y sus hijos estaban en tierra, «para que pensara que al menos alguien se había salvado».

Cuando llegó a tierra firme con su mujer y sus hijos, Farré volvió al puerto y desde allí, asegura, vio «muertos, gente desnuda llegando a nado a la orilla, familias desesperadas» y, ya de madrugada, encontró a su padre escapando de la tragedia. De su madre y su hermana no supo hasta la mañana siguiente.

Unos subieron a unos botes de salvamento abarrotados; otros, como Víctor Galán y su esposa, esperaron inútilmente que la barca que los debía salvar zarpara, pero los obligaron a regresar a bordo a los diez minutos. También hubo pasajeros, como Jaime Farré y su familia, que vieron con estupor cómo el tripulante del bote salvavidas en el que viajaban navegaba mar adentro en vez de acercarlos a la orilla de la isla de Giglio.