Oviedo, L. Á. VEGA

El Tribunal Superior de Justicia de Asturias mantiene la condena de veinte años de prisión para Manuel Rodríguez Peñayos, que mató a puñaladas a su mujer, Isabel Larriet, en un piso de la calle La Estrecha, de La Corredoria, en Oviedo, el 27 de febrero de 2010. La defensa del acusado había recurrido la sentencia por considerar que el tribunal del jurado no había justificado de forma suficiente el veredicto de culpabilidad, que no había existido ensañamiento y que debió aplicarse la eximente completa de enfermedad mental, en atención al historial psiquiátrico del homicida, que se remontaba a 1968. El tribunal rebate uno a uno estos recursos.

En primer lugar, y como viene siendo habitual en estos casos, la sala de lo civil penal de la Tribunal Superior, presidida por el presidente del mismo, Ignacio Vidau, considera que el veredicto sí estuvo suficientemente justificado, al hacer un repaso, aunque somero, de los elementos de prueba que llevaron a Rodríguez Peñayos a ser considerado culpable.

Por otro, lado, la defensa aducía que no se había producido ensañamiento, por considerar que la primera puñalada recibida por la víctima, en el abdomen, era mortal de necesidad y el resto de las lesiones se causaron cuando ya no había consciencia. El tribunal entiende que las numerosas heridas causadas por el acusado pretendían causar un daño añadido a la mujer. El acusado, que utilizó un cuchillo de monte de 19 centímetros de hoja, lo clavó hasta cuatro veces en la cabeza de la víctima, hasta el punto de romperle el cráneo, y luego le realizó diversos cortes en los párpados y la comisura de los labios, «minuciosamente», lo que indica, según los magistrados, que sí hubo ensañamiento.

Por lo que respecta a la supuesta inimputabilidad del acusado, el tribunal da la razón al jurado, que estimó que el acusado estaba afectado sólo «levemente», por lo que no cabe variar esta apreciación y aplicar una eximente completa, como solicitaba la defensa, en atención a la larga lista de ingresos psiquiátricos.

El asesinato de Isabel Larriet causó una honda impresión debido a la frialdad con que se cometió el crimen. Rodríguez mató a su mujer entre las nueve y las doce de la noche. Dejó el cadáver sentado sobre el sofá, tapado con una manta, y se fue a dormir. Por la mañana, se levantó tranquilamente, desayunó, limpió la casa y acopió ropa limpia. Ya la noche anterior, a una llamada de su hija, había dicho que su mujer estaba en el baño y no podía ponerse. Al día siguiente, domingo, su hijo acudía a comer a casa y la encontró cerrada. Llamó al padre varias veces. En una de las ocasiones, el acusado le dijo que su madre estaba en el baño. Luego le espetó que no podía ponerse porque estaba muerta.