-¡Asunta, la mano izquierda!

Es un vídeo. La voz autoritaria de Rosario Porto, fuera de plano, reprende a su hija mientras ella, muy seria, la mira desafiante y sigue tocando el piano sólo con la mano derecha. La escena no llega ni a riña doméstica, no hay discusión, no se oyen gritos ni amenazas, pero en mitad del juicio por la muerte violenta de una niña de doce años donde los únicos acusados son sus padres adoptivos, las tertulias de televisión han aceptado el vídeo, rescatado del ordenador del progenitor, como irrefutable prueba de deterioro de relación paternofilial con resultado de muerte. Se compara con una grabación anterior de otra Asunta risueña y alegre y todas las dudas se desvanecen. Culpables.

Que el juicio contra Alfonso Basterra y Rosario Porto en Santiago de Compostela manejaba material extremadamente sensible, manoseado y prejuzgado con deleite en sede extrajudicial, quedó claro todas las veces que las sesiones tuvieron que ser aplazadas por la dificultad para encontrar un jurado popular libre de contaminación mediática previa.

Todavía hay quien piensa que, dos años de especulaciones después del asesinato, ha desaparecido toda posibilidad de que los cinco hombres y las cuatro mujeres que, ahora sí, ya tienen en sus manos el futuro de los padres de la niña muerta hayan llegado al estrado completamente "limpios" de prejuicios. Pero están allí. Decidirán si las acusaciones aciertan al señalar a los padres o las imputaciones sucumben víctimas de la falta de evidencia incriminatoria.

El abogado de Porto comparó esta semana el juicio y el "mal de Tutankamon", equiparando la diarrea de los turistas en Egipto con la prevención, o el miedo, que afecta incluso a los testigos afines a su defendida, a los que ve "muy preocupados", dijo, "por que nadie los vea con el entorno de Charo", incluyéndose a sí mismo.

El bombardeo mediático ha sido de tal magnitud que al juicio le quedó muy poco espacio para la sorpresa. Tal vez por eso las primeras jornadas reforzaron las certezas y apuntalaron las incógnitas de la gran vista previa pública. Sin enormes sobresaltos diferentes a los ya sufridos, los testimonios desmontan algunas de las versiones de los padres, avalan en algún caso la supuesta sedación a que la víctima fue sometida en los días anteriores a su muerte y descartan la intervención de un tercer implicado.

Tras ocho sesiones, los primeros 35 testigos mantienen en el aire la gran pregunta con la que el fiscal, Jorge Fernández de Aránguiz, resumió el enigma nada más empezar el juicio. "¿Por qué?". El cabo suelto es la explicación de la versión que sostienen las acusaciones y la instrucción del juez José Antonio Vázquez Taín. Según este relato, los progenitores de Asunta urdieron un plan conjunto "para deshacerse de ella". Quedan por resolver todas las preguntas que se esconden detrás de ese "por qué".

Dicho de otra manera, queda por saber si una vez descartado el móvil económico (muy al principio del caso se apuntó la posibilidad de que fuera Asunta la heredera de la fortuna de sus abuelos maternos) acierta ahora la versión que dice que, ya rota su relación sentimental, los padres querían rehacer sus vidas y la niña "les estorbaba". ¿Por qué les molestaba? ¿Qué mecanismo mental conecta esa "molestia" con el supuesto parricidio?

También queda por determinar qué grado de participación habría tenido cada uno de los componentes de la expareja en el plan, sabiendo. La madre fue grabada por cámaras de seguridad acompañada de la niña en su coche el día de autos y se contradijo en sus declaraciones. El padre sostiene que estuvo en su casa toda aquella tarde tras almorzar con Porto y Asunta. ¿Quién controlaba a quién? ¿Pudo Porto depositar el cadáver sola? ¿Qué relación con el caso tienen la ruptura matrimonial, la depresión de la madre, la situación económica del padre o lo sucedido en el domicilio de la familia la noche que supuestamente un hombre se coló en la vivienda -"intentó matarme", escribió Asunta a una amiga en un whatsapp-? El resultado final del proceso está sujeto a la capacidad de hallar pruebas contundentes que apuntalen las conjeturas.

Las respuestas han de esperar al menos medio centenar de testimonios y diez días más de juicio. De las primeras sesiones quedan, de momento, las profesoras de música de Asunta declarando ante el tribunal que en los meses previos a su muerte -septiembre de 2013- la niña llegó a tambalearse en clase, a dar muestras de falta de coordinación y a confesar que su madre le había dado "unos polvos blancos que saben fatal".

Esas versiones darían supuesto sostén a la tesis de la sedación progresiva con lorazepam -principio activo del Orfidal- a la que, según las acusaciones, Basterra y Porto habrían ido sometiendo a la menor antes de la asfixia y el abandono de su cuerpo en el arcén de la pista forestal de Feros, afueras de Santiago.

De este arranque del juicio también queda la madrina de Asunta, María Isabel Véliz, sosteniendo ante el juez Jorge Cid la versión opuesta a la de los acusadores: el retrato de una niña "feliz", con "una buena relación con sus padres" y "una salud de roble".

A esto se suma la perplejidad del pretendido "tercer hombre" del banquillo: Ramiro Cerón Jaramillo, el joven colombiano de perfil genético coincidente con el semen hallado en la camiseta de Asunta el día que falleció. Declaró por videoconferencia no haber estado en Galicia en todo el año 2013 y no conocer en absoluto ni a la niña ni a su familia. Cerón ya había sido desimputado antes del juicio -su esperma habría contaminado la prenda en un laboratorio de la Guardia Civil que lo guardaba como prueba de una supuesta agresión sexual-, pero a él se agarraron tanto las defensas de Basterra y Porto que el juez hubo de llamarles la atención para que dejasen de tratarle como acusado en lugar de como testigo.

Quedan también los testimonios distintos, negando la mayor de forma diferente, de una madre compungida, llorosa, de luto riguroso, que proclama entre sollozos "yo no maté a mi hija, no la maté", y de un padre desafiante, tal vez altivo, incluso displicente, que no viste siempre de negro y reacciona a la pregunta clave con indignación: "Por supuesto que no; era lo que más quería en el mundo". Los defienden, por separado, dos abogados de estrategia también divergente: a ella un penalista de fuerte presencia mediática, José Luis Gutiérrez Aranguren; a él una letrada de su mismo perfil bajo, Belén Hospido.

La abogada gallega de buena familia y el periodista vasco especializado en turismo coincidieron en la sala, esto sí, en presentarse a sí mismos como los padres perfectos de una niña querida, guapa e inteligente, adoptada en China en 2000. Suyos seguirán siendo los focos de un proceso de instrucción controvertida: tanto que cuyo titular, José Antonio Sánchez Taín, incluso escribió al cerrarla una novela negra sobre el caso de una niña desaparecida. Por el momento, las primeras sesiones dan para estirar otro rato las inferencias, las deducciones, las conjeturas.

A todas las anteriores se añade la hipótesis basada en las dificultades de la convivencia con una niña de altas capacidades. Rosario Porto admitió ante el juez: "Consume energía. Tienes que estar preparada para que tu hija de doce años te diga que Barack Obama no merece el Nobel de la Paz".