Montserrat González, la asesina confesa de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, relató ayer en el juicio en la Audiencia Provincial que, tras comprar en las navidades de 2012 en Gijón el arma con la que la mató, tuvo varias oportunidades para acabar con su vida antes del 12 de mayo de 2014 e insistió en que ni ella misma sabía que iba a hacerlo ese día cuando salió de su casa.

Instantes antes de cometer el crimen -explicó- llamó a su hija, Triana Martínez, y le dijo que todo se iba a acabar, aunque no le dio más explicaciones. Triana le pidió -dijo- que no hiciera nada hasta que ella llegara, pero su madre le colgó el teléfono, según su propio testimonio.

Triana Martínez, de 36 años, y la policía local Raquel Gago, de 42, también están acusadas pero Montserrat González asume toda la culpa. Ayer explicó a su abogado defensor que las relaciones entre la fallecida y su hija Triana, inicialmente muy buenas, se habían torcido cuando la presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco, le propuso a la joven mantener relaciones sexuales. "Fue en la casa de la Carrasco -dijo la madre- y mi hija salió corriendo".

Disparo de cerca

Montserrat González (60 años), visiblemente nerviosa y a ratos confusa, reconoció que cuando compró el arma (pagó por ella 2.000 euros) le enseñó a dispararla la persona que se la vendió en el mercado negro, y admitió que sabía que si llegaba a utilizarla lo haría "de cerca".

Sobre el momento en que abatió a Isabel Carrasco en una pasarela peatonal sobre el río Bernesga precisó que la siguió hasta que no había ninguna persona cerca y que le disparó por la espalda sin saber donde le había dado. Aseguró que no se arrepiente de lo hecho y que tomó la decisión de matar a Isabel Carrasco (de 59 años) cuando supo que seguiría como presidenta de la Diputación tras ganar la batalla interna con el candidato alternativo. "Sabía que iba a seguir haciéndole la vida imposible a mi hija", dijo González envuelta en lloros.

"Decidí que la iba a matar", prosiguió en su declaración, y reconoció que su hija sufría depresiones y que se fue a vivir con ella prácticamente toda la semana porque no quería que le pasara como a una amiga de Gijón y a otros conocidos, que se suicidaron.