"Hay mucho caos y desesperación", asegura Alejandro Oviedo Alvarado, un ecuatoriano que residió durante nueve años en Oviedo y que regresó a su país para vivir, en la madrugada del pasado domingo (hora española), el terrible terremoto que ha azotado esta república andina, dejando por el momento 350 muertos, una cifra que se prevé que crezca.

Alejandro Oviedo, que reside en la ciudad de Guayaquil, muy golpeada por el terremoto, viajaba en un autobús público junto a su familia, para asistir a un concierto cuando se produjo el temblor. "El bus empezó a dar vaivenes y la gente lloraba desesperada. Mis familiares se abrazaron y yo me dirigí hacia la ventana. Parecía que las farolas se iban a caer sobre nosotros", relata Oviedo. En medio del seísmo, asegura, "la luz se apagó, y los negocios tuvieron que cerrar sus puertas por temor a que los amigos de lo ajeno entrasen a robar, aprovechando el caos".

Miedo a los robos

En aquellos primeros instantes tras el terremoto, Oviedo y los suyos no sabían hacia dónde dirigirse. "Teníamos miedo de que nos cayese encima una piedra o intentasen robarnos. Nos dirigimos hacia el centro en un bus de transporte urbano, a oscuras y temiendo por nuestras vidas", añadió. En una de las céntricas calles de Guayaquil, 9 de Octubre, pasaron junto a un hotel muy conocido, cuyos huéspedes habían bajado a la calle aterrorizados, algunos medio desnudos, otros con sus maletas. "El edificio tenía los cristales rotos y grandes grietas y se había desprendido numerosos cascotes", continúa Oviedo.

"La luz no llegaba y logramos coger otro autobús con destino a nuestra casa, en el sur de Guayaquil", añade. Para cubrir un trayecto de media hora necesitaron dos horas. Aún así, encontraron a gente comiendo en algunos restaurantes, "alumbrados con las luces de los carros, como si nada". La luz tardó en regresar cerca de tres horas, y finalmente pudo contactar con el resto de sus familiares. Oviedo, que trata de levantar un negocio en Guayaquil, recibió al día siguiente el apoyo de sus amigos en Asturias a través de las redes sociales. "La madre naturaleza no ha golpeado tanto la zona de Guayaquil como la de Manabí", se congratuló.

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, ya en el país, después de ser sorprendido por el terremoto en el Vaticano, culpó de la destrucción causada por el seísmo a que la "mala construcción" de los edificios, y expresó su deseo de que "de esta dolorosísima experiencia" se extraigan "lecciones para el futuro".

La cifra de muertos ronda los 350 y la de heridos supera los 2.068, según el Gobierno, que ha declarado el estado de emergencia en seis provincias y el estado de excepción en todo el país. En la zona siniestrada en el país andino se aprecia que el desplome de muchos edificios tiene que ver con errores de tipo estructural. Aunque se han habilitado albergues, la gente prefiere quedarse junto a sus casas derruidas, con el fin de cuidar de sus enseres. El pillaje ha hecho acto de aparición desde el primero momento. En la zona se han desplegado 10.000 soldados y 4.500 policías. El presidente Correa aseguró que hay que derruir las edificios afectados y reconstruir nuevas viviendas, tal vez nuevos barrios.