"Estamos bien, poco a poco vamos intentando recuperarnos del susto, pero físicamente estamos bien". El piloñés Miguel Huerta se encontraba en Esmeraldas, Ecuador, cuando la noche del pasado domingo la tierra tembló. En apenas diez minutos, dos terremotos, de magnitud 5,9 y 6,2 grados respectivamente asolaron la costa ecuatoriana, en el mismo lugar donde hace apenas tres meses otro seísmo arrasara 668 vidas.

"A mí no me tocó vivir aquel, pero la gente aquí tiene auténtico pánico. En cuanto siente un pequeño temblor, saca el colchón y sale a dormir a la calle", explicita Huerta, quien se encuentra en Ecuador por motivos laborales. "El primer terremoto que sentí fue trabajando. Duró apenas 3 o 4 segundos pero me llevé un susto grandísimo".

Este tipo de réplicas son frecuentes tras un seísmo tan fuerte como el sucedido en abril. "Desde que llegué a Ecuador hace un mes, viví unos 100 temblores y desde el terremoto de abril hasta ahora se cuantificaron más de 2.000", explica Huerta. "Esas réplicas suelen durar poco, menos de cinco segundos, pero las del domingo fueron más largas, de más de medio minuto", asevera.

La situación fue angustiosa para este piloñés, menos acostumbrado que los habitantes locales. "Estaba echado en la cama, viendo la tele, y entonces todo tembló y se movían los cristales. Me calcé y eché a correr hacia afuera", relata.

En ese momento, muchos vecinos huían a zonas descubiertas, donde no correr peligro de ser dañado por algún cristal o cascote que pudiera caer. "Se fue la luz, empezaron a caer trozos de paredes, los muros comenzaron a agrietarse y el agua de la piscina se movía tanto que parecía que se iba a salir", recuerda Huerta. Pasados los momentos de mayor peligro, los trasladaron a unas canchas de tenis cercanas, en las que esperaron para poder volver a sus casas, por miedo a nuevas réplicas. "Claro que tenemos miedo, la gente de aquí dice que va a volver a venir otro terremoto de los gordos", asegura.