Es el gran ausente en el juicio al clan de los Mercheros, aunque aparece en el sumario desde los primeros folios, como vendedor de cocaína para uno de los principales acusados, Cándido C. C., siempre según la Policía. En sus primeros informes, los agentes dicen que el entonces portero del club de alterne Delfos, de Viella (Siero), realizaba "pases" de entre 25 gramos y un kilo de cocaína cada quince días. Vendía sobre todo a prostitutas y clientes, y contactaba con los narcos que acudían al burdel. Los Mercheros le daban la droga al parecer en Lugones, siempre según la Policía, y se movía en un Audi 100 y una furgoneta. En su haber, sin embargo, solo consta un delito de tráfico.

Al final, algo ocurrió, que le hizo salir de aquella vida al otro lado de la ley. Como dijo en el juicio el jefe de Estupefacientes, Amado Fernández, "tuvo un problema personal y se refugió en la religión". El letrado de Cándido C. C., Ricardo Álvarez Buylla, lo bautizó entonces con cierta sorna como "el San Pablo del siglo XXI".

El portero, ovetense y de etnia gitana, trabaja ahora como autónomo "con el furgón", como él mismo explicó ayer. "Trabajé en la noche por unos años, pero gracias a Dios salí de aquello. Otros tardan más", aseguró este padre de tres hijos, de 36 años. "Toda mi familia es evangélica y volví a donde tenía que estar. Ahora voy a la iglesia todos los días, salvo los lunes", indicó en conversación telefónica. Aunque había trascendido que era pastor, lo negó. "¿Qué quieres que te diga, colega? La noche está bien para tomar una copa, pero nada más", añadió, sin entrar en más detalles y sin ninguna gana de que su nombre se haga público. Su conversión de traficante a hombre de Dios no tiene mayor misterio: "Simplemente me decidí".