Portugal continuó ayer sin lograr controlar el gran incendio que azota el centro del país desde el pasado sábado y que, no solo no ha remitido como se esperaba, sino que se ha extendido hacia el norte. Más de tres mil efectivos, entre bomberos, miembros de Cruz Roja y del ejército, trabajan en la zona más afectada para sofocar las llamas y prestar ayuda a las personas de las numerosas aldeas evacuadas. Los mayores incidentes se registraron en las comarcas de Góis y Pampilhosa da Serra, donde a las seis de la tarde (hora local) ya habían sido desalojadas una treintena de pueblos ante la amenaza del voraz incendio. Además, una de las principales vías de comunicación entre las poblaciones de la Sierra de Lousã, la carretera nacional 112, fue cortada a cualquier vehículo que no fuese oficial para evitar que pudieran ser atrapados por las llamas, como ocurrió en las primeras horas de la tragedia. Se calcula que han ardido 30.000 hectáreas desde que se inició el devastador incendio el sábado.

La lengua más al norte del incendio, hacia donde sopla el fuerte viento, se sitúa en la población de Soerinho, lo que revela el considerable avance del fuego, iniciado en la comarca de Pedrógão Grande, a unos 40 kilómetros de distancia. En todas las comarcas por las que pasó el incendio desde entonces hay todavía focos activos, algunos de mucha virulencia, por lo que desde el Centro de Operaciones que controla los trabajos de extinción, están reforzando la presencia de medios terrestres y aéreos. El momento de mayor confusión del día llegó a mitad de la tarde, cuando Protección Civil informó de la caída de un avión Canadair que arrojaba agua en un foco del término de Ouzenda, en la comarca de Pedrógão Grande.

Sin embargo, dos horas después, el comandante de este organismo Vítor Vaz Pinto, aseguraba en rueda de prensa que no tenía "conocimiento de la caída de ningún avión", aunque admitía al mismo tiempo que recibieron la noticia y enviaron efectivos a la zona. La explosión de unas bombonas de gas pudo provocar la confusión.