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Se fue "Irma" y llegó el "huracán La Habana"

Crónica de cuatro días en la capital cubana, desabastecida y a oscuras, bajo el diluvio que, sin embargo, no pudo con la alegría de sus gentes

Ciudadanos haciendo cola en una panadería. ANDRÉS ILLESCAS

En La Habana hace tiempo que la música no suena como antaño, el pueblo está encallado en una posición inamovible, pero aun así la gran capital del Caribe sigue conservando tintes de película. Allí los días pasan, para que lleguen otros, sin que la rutina cambie lo más mínimo. Las casas, todas ellas en estado ruinoso, contemplan la constante lucha por sobrevivir del cubano medio, el que trabaja para los establecimientos del Estado, que son casi todos, y trata de ganar unas monedas con el turista, al que acosa de manera sistemática ofreciendo diversos servicios.

En ese contexto, el huracán "Irma" tocó La Habana en la tarde del pasado sábado, pero no lo hizo de pleno, lo que evitó un desastre mayor. A pesar de ello, "Irma" dejó en Cuba una decena de víctimas mortales, además de numerosos derrumbes de fachadas, caídas de árboles, roturas del tendido eléctrico e importantes inundaciones que obligaron a evacuar a los habitantes más próximos al Malecón.

Sin embargo, los cubanos, sin comida ni agua fría para sofocar el asfixiante calor, salieron a la calle frente a los vientos y las lluvias, tomando tragos de ron, viendo cómo las olas que se adentraban en la ciudad les servían para romper rutinas.

El viernes por la noche todos los ojos y oídos estaban puestos en las propagandísticas radios y televisiones estatales (las únicas que se pueden ver sin satélite). Según estos medios, todo estaba previsto y no habría daños, al igual que en el resto de Cuba (y eso que los Cayos y Varadero han quedado muy seriamente dañados). Por televisión se sucedían imágenes de reuniones de gente ataviada con traje verde revolucionario que repetía el mismo mensaje: "El pueblo está unido y preparado", redondeando la frase con un "gracias a nuestro comandante Fidel Castro Rus".

La noche cayó entre incertidumbre, sobre todo para los miles de turistas que habían llegado en los días previos y sentían cercana la amenaza del huracán. Llegó el sábado, el día D. Pero mucho antes de que dieran las doce, los habitantes de La Habana ya se habían echado a la calle.

Eran las nueve de la mañana y a la puerta de uno de los supermercados más grandes del barrio de Centro Habana se agolpaban cientos de personas esperando a la apertura para poder conseguir algo de comida para un previsible encierro en sus casas. Media hora más tarde del horario previsto la tienda abrió sus puertas. En el establecimiento apenas se podían encontrar unas decenas de pollos congelados, salchichas, mayonesa, agua, arroz o pasta, a precios disparatados; seis pesos -unos seis euros- un frasco de mermelada o casi once un bote de cacao. Tras una hora de cola en aquel bajo disfrazado de tienda, los que habían conseguido comida fueron registrados para comprobar que habían pagado.

En La Habana unos pocos pudieron seguir el partido de fútbol Sporting-Oviedo a través de la poco práctica conexión wifi del país, que obliga a adquirir una tarjeta de una hora de duración. Una vez que Sporting y Oviedo firmaron las tablas, fue tiempo de mojitos y guisos de cerdo, la última comida antes del huracán. Y con los alimentos todavía en el estómago empezó a llover para no parar durante dos días y de forma continua.

A las ocho de la tarde, mientras el noticiario narraba la "heroica historia" de las personas que devolvieron la luz a Santiago de Cuba, La Habana se apagó.

A la mañana siguiente la ciudad despertó inundada, lo que no parecía desesperar a los locales, que se juntaban en los portales de sus pequeñas casas. "Irma" giró 180 grados y dejó paso al "huracán La Habana", sus gentes luchando por ser felices en la desgracia, algunos con traje de baño en las charcas producidas por la tormenta. Mientras, la Policía los miraba indiferente. Detrás de los cuerpos de seguridad esperaba un camión de desagüe con las banderas de Cuba y el Vaticano.

En Galiano eran afortunados los que conseguían hacerse con un bollo de pan o un poco de pescado pasado. Aun sin corriente eléctrica, LA NUEVA ESPAÑA recorrió las calles de la ciudad, intercambiando sensaciones con los locales. "Mi abuela era de Infiesto, llevo Asturias en el corazón. Espero sobrevivir al huracán a base de ron", decía un hombre que desafiaba a la lluvia en La Habana Vieja. "Yo quiero montar una pizzería, pero hacer negocios con el Gobierno sólo genera problemas", explicaba Roberto Almeida.

Tarde del domingo con descendientes de asturianos en la zona de Víbora Park. "Lo malo es la luz, que va a hacer que se nos pierda la comida", señala Gloria González. "No saben la emoción de ver a mis parientes asturianos", asegura Josefina González. Su familia llegó a Cuba desde Pando (Grado). Gloria, Josefina, Vidal y Andrés González abandonaron Asturias junto a sus padres antes de la Guerra Civil con destino a La Habana. Todos reconocen vivir felices en la isla caribeña, aunque confiesan que les gustaría "poder visitar Asturias".

Era lunes por la tarde cuando terminó la oscuridad. El Malecón cobraba vida y sonó "Guantanamera" en el Floridita. La noche de La Habana fue de salsa, bachata y reggaeton, combinados de ron, oferta de meretrices y sustancias, a la luz de una luna brillante sobre el cielo caribeño.

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