En La Llaneza, había expectación. “Estamos esperando que venga y que sea buen vecino”, indicaba Tomás González Parrado hijo, de 47 años, tres menos que Tomasín. Al saber que lo primero que había hecho era echarse de nuevo al monte, llegó a la conclusión de que el paso por la cárcel no había cambiado a su vecino. “Siempre fue muy desconfiado. Es una persona enferma. No entiendo que lo hayan dejado salir así, sin nadie que lo tutele y lo traiga hasta aquí. Ya veremos ahora si toma la medicación”, indicó.

Tomás González Parrado padre le echaba un poco de sabiduría popular al asunto. “El que murió ya no vuelve. El que quedó ahí ta”, comentó, haciendo referencia a que Tomasín podrá disfrutar ahora de toda la herencia, tras la muerte de todos sus familiares directos. Junto a la finca todavía están el tractor, medio cubierto por la maleza, y el Mercedes de su hermano, ya muy deteriorado. En su interior, un bolso de mujer. “Manuel no era mala persona, sólo quería meter en vereda a su hermano”, dijo Tomás González hijo.

La cabaña en la que vivía Tomasín, por encima del pueblo, está ahora en un estado lamentable, pero cuando él vivía allí no era mucho mejor. Los vecinos aún recuerdan el mal olor que despedía aquel chamizo en el que Tomasín dormía con los caballos y las vacas. “Una vez puso un cartel en la puerta que decía: ‘No se permite el paso, peligro de muerte’. No hablaba con nosotros, nos dejaba carteles”, indicó González hijo.

Su padre recordó que una vez se les perdió un poni y Tomasín les dejó otro cartel: “El caballo enano está en la peña de Buscabrio”, la elevación que hay encima del pueblo. Ahora la gente se hace fotos en lo que llaman el “santuario de Tomasín”, un refugio que acondicionó en la peña cerrando una pequeña oquedad en cuyo centro preparó un pequeño hogar para encender fuego. Por Navidad, la gente que pasaba por allí le dejaba hasta turrón. Siempre quisieron mucho a este ermitaño. Ayer empezó el resto de la vida de Tomasín, lejos ya de la prisión.