Ana Julia Quezada se sabía sospechosa, pero sólo se delató después de que los investigadores le pidiesen la llave de la finca donde había enterrado al niño Gabriel. Ella decidió actuar y mover el cadáver, pero sólo después de que los agentes le hiciesen creer que las sospechas estaban lejos de la localidad de Rodalquilar, el lugar donde se produjo el crimen. Previamente, filtraron a los medios que las sospechas volvían a recaer en el acosador de la madre de Gabriel. Sólo entonces, la presunta asesina, que ya empezaba a ofrecer signos de derrumbamiento -en los últimos dos días antes de su detención se había encerrado en sí misma y ya no hablaba con la familia de su pareja, Ángel Cruz-, decidió arriesgarse con el resultado ya sabido: fue detenida cuando estaba a punto de entrar en el garaje de la vivienda que compartía con el progenitor del niño en la localidad de Vícar.

Los agentes de la UCO y de la Sección de Análisis del Comportamiento Delictivo (SACD) pusieron su objetivo en la mujer, una psicópata de manual, según el perfil elaborado por el último grupo, ya desde los primeros días, una vez descartado que el acosador de la madre de Gabriel tuviese algo que ver en la desaparición. Si no la detuvieron fue porque estaban convencidos de que el niño podría estar con vida.

No obstante, la interrogaron. Durante la entrevista, ella trató por todos los medios de conducir la investigación hacia su expareja, el hombre con el que se había mudado a Cabo de Gata un lustro atrás y con el que había roto un año antes. Los investigadores no hicieron mucho caso de esta añagaza. Los agentes se hicieron los tontos cuando Ana Julia les dijo, en dos ocasiones, que había perdido su teléfono móvil. La mujer, que algo sabía de investigaciones policiales, conocía que si les facilitaba el teléfono podía dar pistas que llevasen a su detención.

Y siguieron dándole carrete. El cariz de la investigación cambió cuando la mujer decidió dejar una camiseta del menor cerca del lugar donde vivía su expareja. Trataba, por un lado, de hacer creer que el niño estaba vivo. Por otro, de involucrar al hombre con el que había mantenido una relación. A los investigadores fue lo que les hizo sospechar que el menor ya estaba muerto. Entretanto, los padres del niño hacían llamamientos para que apareciese el menor, que iban dirigidos directamente a Ana Julia Quezada. De hecho, Patricia, la madre de Gabriel, la miraba a los ojos cuando hacía estas súplicas públicas, tratando de ablandarla.

Los agentes ya había colocado un micrófono en el vehículo de la mujer, tenía pinchadas las llamadas y la seguían de forma constante. A ella le hicieron creer que el padre del niño continuaba siendo sospechoso de la desaparición. Luego filtraron a la prensa que las sospechas volvían a recaer en el acosador de la madre. De forma sutil, señalaron ante Ana Julia que las investigaciones no se centraban en Rodalquilar. La guinda fue que le pidiesen la llave de la finca, como el que no quiere la cosa. Eso la puso suficientemente nerviosa para que se atreviese a dar un paso en falso. Pretendía dejar el cadáver en los invernaderos del Poniente almeriense, alejando lo máximo posible de ella las sospechas. Había caído en su propia trampa.