Lo habrán visto en la tele: un miembro de la Diputación de Toledo le cuesta al presupuesto doce mil euros y pico. Lo justifican con el argumento de que la mitad, mil euros arriba o abajo, es para el funcionamiento del grupo. El grupo, en este caso, lo constituye un solo diputado: el único que Ciudadanos tiene en la Diputación de Toledo. Con lo que se nos confronta a un misterio inverso al de la Trinidad: la del diputado funcionando como grupo sin dejar de ser uno.

Se nos enseñó que fe es creer lo que no vemos. ¿La nueva religión nos pide tragar con lo que vemos? La anécdota del diputado de Ciudadanos revela la categoría: la política como sistema de repartirse el presupuesto. Si después de financiar a los grupos y de pagar cinco o seis mil euros por barba a cada diputado, a la Diputación le queda un duro, encargará a una escuela taller rehabilitar un lavadero. Con fondos europeos.

No se diga que doce mil euros son el chocolate del loro: con doce mil euros al mes se pueden dotar tres o cuatro plazas en las urgencias de cualquier hospital, donde tienen a los pacientes tirados por los pasillos.

¿Ciudadanos? Ellos. Los demás, villanos.