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¿Necrofilia, tal vez?

La lluvia de hojas es un espectáculo fantástico, en cartel en los bosques caducifolios del Norte por estas fechas, pero para que haya función no basta con moverse algo por debajo de la parte de la ladera donde los árboles ya se han desnudado, hace falta el concurso del viento. Aunque un sustitutivo minimalista pueda ser concentrarse en la visión de alguna hoja ya sin apenas sujeción y a punto de emprender vuelo, a la que una brisa ínfima provoca gran agitación, la voluntad de sobrevivir es más terca que la paciencia del observador. A veces en algún lugar del bosque una pequeña turbulencia local provoca un mínimo chubasco amarillento, pero escampa enseguida, sin llegar a dar espectáculo. Es entonces cuando el observador frustrado se mete en si mismo y vuelve a preguntarse por el origen del interés por ver caer las hojas en tropel, la fuente morbosa del gozo interior que le promueve.

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