ANÁLISIS

Profe bueno, profe malo

La formación de los docentes es mejorable y la vida laboral de los profesores carece de los suficientes incentivos

Asegura el filósofo José Antonio Marina, experto en educación, que "el buen maestro no puede cobrar lo mismo que el malo". Acaba de plantear una cuestión de fondo, ahora que el Gobierno le ha encargado un libro blanco de la educación.

Es buen punto de partida, que vale para los docentes y para cualquier otra profesión u oficio. Pero, ¿qué es un buen profesor? y ¿dónde está el rasero para medir la bondad de su trabajo? Más preguntas: ¿juegan todos los profesores en el mismo "terreno" y con las mismas reglas? O ¿quién define los criterios para evaluar?

Pablo Pineda quiere ser maestro. Tiene argumentos: sacó el grado de Magisterio y le quedan unas asignaturas para terminar la carrera de Psicopedagogía. Otro argumento es el de la vocación, unida estrechamente a la convicción "de que yo sería un buen maestro". Es actor -Concha de Plata del Festival de San Sebastián por su papel en la película "Yo, también", escritor y conferenciante. Trabaja para la fundación Adecco y es Síndrome de Down.

LA NUEVA ESPAÑA le entrevistó días atrás en Oviedo. Estaba invitado a la ceremonia de premios "Princesa de Asturias". El malagueño Pineda conoce sus límites y sabe que lo tendría difícil en una concurrencia competitiva, léase oposición. Tiene la alternativa de la privada, pero ¿qué colegio es tan valiente como para contratarle, aun teniendo segura su valía? ¿Qué director se lo explica a las familias?

Pablo Pineda tiene cabeza, don de gentes y enorme capacidad para motivar y motivarse. Es persona activa que lleva a rajatabla lo relacionado con el orden y la puntualidad. Una memoria a prueba de tiempo y una verbalización notable. Probablemente sería lo que Marina entiende como un buen profesor.

En Asturias la Consejería de Educación puso en marcha hace años la Evaluación Docente, una especie de "examen" voluntario de capacitación y colaboración del profesorado, pionero en España. El aprobado, vamos a llamarlo general, supone el cobro de un plus al mes.

La medida se agradece pero genera interrogantes y discriminaciones. ¿Por qué a los funcionarios de carrera sí y a los interinos no? Y cómo es posible que todo el mundo sea en Asturias, por seguir con la terminología, "buen profesor". Algunos se quedan sin ser evaluados, aun queriendo. Profesores que no acreditan un tiempo mínimo de actividad en el curso. Muchos, por enfermedad de larga duración. Algunos maestros plantean si es justo que el plus sea menor para los profesores de Primaria que para los de Secundaria.

La vida profesional docente carece de los suficientes incentivos. Éstos tienen más que ver con la cantidad -antigüedad laboral- que con la calidad -formación continua-. Es más fácil evaluar el tiempo transcurrido -pura matemática- que otros factores menos objetivos.

Y así, un interino llega con suerte y mérito a ser funcionario de carrera. Y en su gran mayoría, ahí se queda. No es poco, pero a veces sabe a poco. Cuestión de matices. Acceder a la dirección de los centros trae más preocupaciones que beneficios, y para muchos profesores el plus en la nómina no compensa el plus de responsabilidades. La Consejería de Educación sabe por experiencia que no hay colas entre los candidatos a la Dirección de colegios e institutos.

José Antonio Marina cree que la formación del profesorado es mejorable, que los niveles de exigencia académica para entrar en esa vía universitaria deberían ser más estrictos, que buena parte del profesorado no tiene auténticos elementos de juicio para evaluar su trabajo, y que las aulas se convierten en burbujas -poco trabajo compartido, mucha individualidad-. Habría que añadir que la consideración social hacia el profesorado requiere en España un empujón, y que la autoimagen de los profesores está absurdamente por los suelos.

Las pruebas internacionales de evaluación -PISA es una de ellas, pero no la única- inciden en un elemento de enorme importancia. Se le conoce por las siglas ISEC y se refiere al índice socio-económico y cultural. Cada uno de los millones de alumnos en España está asociado, por así decirlo, a un ISEC, el resultado de meter en la turmix estadística la realidad social de su familia, de su colegio y de su entorno. Hay quien huye del determinismo, pero los datos demuestran que el rendimiento estadístico de los alumnos está influido por el nivel de estudios de sus padres o el número de libros en su casa.

Se calcula que un diez por ciento de las diferencias de rendimiento entre los alumnos está directamente relacionado con el ISEC: estatus social, cultura y economía. Y dicho esto hay que añadir que el sistema educativo español -y el asturiano muy en particular- es muy homogéneo, es decir, presenta pocas diferencias en resultados entre centros. Mucho menores que la media europea.

El trabajo de los profesores también está condicionado por esas diferencias y, por eso, la evaluación por el método de las comparaciones es guerra perdida además de injusta. Incentivar no es un sobresueldín para todos ni tramar competencias malsanas. Incentivar es ayudar a que los profesores se sientan la pieza fundamental de una sociedad que los necesita.

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