Siempre había admirado a los abnegados médicos de la Seguridad Social, quizá porque viví de cerca la profesión de médico de pueblo, médico disponible las 24 horas del día. Sin embargo, esta opinión varió cuando me convertí en paciente. Aunque tengo la suerte de tener un médico de cabecera de los de antes, me ha tocado conocer como enferma a otros médicos que responden más al perfil de oficinista malhumorado que ni siquiera te mira cuando te habla. ¿De qué sirve que actualmente para hacer Medicina se exija una nota desmesurada si no se exige un mínimo de humanidad ni de vocación? Y eso que los más jóvenes no son los peores.

He sido testigo de una escena que ilustra esta generación de médicos a los que me refiero. Llegué al centro de salud a las dos menos cuarto por un imprevisto que no viene al caso. Mi médico estaba haciendo visitas en domicilios y tuve que esperar a que comenzara el turno del médico de guardia. Durante esta espera pude contemplar cómo iban saliendo varios médicos, pero lo más sorprendente fue que a las tres menos cinco llamó el SAMU para notificar una urgencia. Las administrativas avisaron al médico que le correspondía, y cuál sería mi asombro cuando éste alegó que ya no le correspondía, puesto que eran las tres menos cinco, que avisasen al de guardia (que aún no había entrado). A todo esto, un par de compañeras le daban la razón y la administrativa se afanaba en localizar al médico de guardia, que, como aún no eran las tres y no había comenzado su turno, no contestaba. El caso es que nadie quería ir. Todo esto ocurría sin que nadie mostrase ningún pudor ante el hecho de que un paciente (yo) contemplara tan bochornosa situación. Verdaderamente, qué enfermos más inoportunos, ¡mira que necesitar un médico a las tres menos cinco!

Ésa es la idea que actualmente nos transmite la mayor parte de los médicos: ¡Qué pesados e inoportunos son los enfermos!