Alberto Menéndez

Prima el espectáculo

Cordura. Eso es lo menos que se les debe pedir a los partidos políticos; más bien, exigir. Y en esta precampaña parece que la han dejado olvidada en una esquina. Es el vale todo con tal de conseguir un voto. Al precio que sea. Ni vieja ni nueva política. Todos los candidatos a la Presidencia del Gobierno están ofreciendo una imagen poco edificante, ridícula en ocasiones. Todos en manos de sus equipos propagandísticos. Por lo que se ve, son los que realmente deciden sobre algo que debería ser trascendental: los compromisos programáticos de cada partido; su contrato electoral con los ciudadanos. Pero estas presuntas obligaciones están pasando a un segundo plano.

Al final, por lo que se ve, lo importante es trasladar a la opinión pública un perfil del candidato lo más aséptico posible, lo más neutro. Lo que se busca es que caiga bien al mayor número de personas; o quizá mejor sería decir que no genere grandes rechazos. Que proponga cosas, sí -faltaría más-, pero sin que ello suponga excesivo desgaste personal (es decir, de imagen).

En ocasiones ese desgaste no viene tanto por las palabras como por los hechos. Que los números uno de las principales fuerzas políticas acepten e incluso en ocasiones se peleen por aparecer en determinados espacios televisivos exclusivamente publicitarios muestra a las claras la frivolidad a la que se ha llegado en la política española.

Prima el espectáculo por encima de todo. Espectáculo con el que quizá se pretende cubrir las deficiencias, o los miedos, de los grandes protagonistas de la campaña electoral. Que Mariano Rajoy cocine o deje de cocinar unos mejillones o que Pablo Iglesias cante una nana ¿qué tienen que ver con la gobernabilidad del país? Y que conste que son sólo dos ejemplos de lo que está sucediendo. Hay otros políticos que suben en globo, que juegan al ping-pong o que andan de rallye por ahí.

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