Cierre del paisaje e incendios: un matrimonio inseparable

El avance de los bosques sobre las tierras de cultivo es una condición explosiva para los fuegos

La jornada de reflexión previa a las elecciones nacionales del 20-D, que pasará a la historia como uno de los fines de semana más negros del Paraíso, puso sobre la mesa un debate que la sociedad asturiana ha de abordar con éxito si no queremos que nuestro paraíso sea con frecuencia un "paraíso en llamas".

El paisaje asturiano es por definición un mosaico, un mosaico en el que alternan núcleos de población, tierras de cultivo, prados, bosques, pastizales y áreas de matorral. Un paisaje diverso y compuesto por una variada gama de elementos constitutivos, fruto de una dilatada interacción entre hombre y medio que se pierde en la noche de los tiempos, con la agricultura, la ganadería y la actividad forestal como nexo de unión. La emigración a la ciudad, el correlativo despoblamiento, la decadencia de las actividades tradicionales, la entrada de nuevos usos del suelo y la "ultraprotección del territorio", han actuado como común denominador en el proceso de simplificación del mosaico paisajístico descrito y que se materializa en un avance de bosques y sobremanera matorrales, en detrimento de tierras de cultivo, prados y pastizales.

Esta dinámica no es única de la evolución territorial asturiana, sino que es común al resto de áreas de montaña peninsulares y de la Unión Europea. La diferencia sustancial es que la sociedad asturiana vive de espaldas a una realidad que llama a las puertas de sus núcleos de población y que amenaza con entrar sin permiso cuando se dan condiciones explosivas como las del fin de semana pasado.

El proceso de simplificación paisajística descrito, en la vecina pero tan lejana Francia se conoce como "cierre gradual del paisaje". Concepto fruto de un profundo debate social a lo largo de décadas que se ha materializado en la puesta en marcha de políticas territoriales orientadas a la conservación del mosaico paisajístico regional francés. En el caso asturiano hemos acogido con frecuencia esos procesos de crecimiento descontrolado de la vegetación con alegría, estupor o más frecuentemente indiferencia, asimilándolos con una mayor naturalidad y calidad ambiental de nuestros paisajes, sin ser conscientes de los riesgos que ello entraña. Los datos del reciente cuarto Inventario Forestal Nacional son una foto fija de estos procesos, más del 70 % de la superficie regional es forestal, es decir arbolado y matorral. Es lo que coloquialmente denominamos "monte" en Asturias, dentro del cual las superficies comunales en sentido amplio suponen más del 65 % del mismo y más del 40 % del total regional. La composición interna del monte se reparte a favor de un 40 % de superficie arbolada y un 30 % de matorral y monte bajo, valor último que en los concejos más montañosos del eje de la Cordillera supone más del 50%. Se trata en ambos casos de extensas superficies de vegetación leñosa carentes de aprovechamiento óptimo y una ordenación efectiva, lo que hace que se acumulen cantidades ingentes de biomasa que exponen al conjunto del paisaje a un elevado riesgo de incendio.

Cuando retornan los fuegos como esta vez volvemos a hablar del tema en un discurso circular que no lleva a ninguna parte. La falta de gestión nos deja desarmados cuando se disparan los fuegos sobre unas masas homogéneas que han ido creciendo a nuestras espaldas porque el gran debate sobre la gestión de nuestro territorio es un tema tabú, sobre el que todos opinamos pero al que nadie parece querer enfrentarse. Sin embargo, disponemos de evidencias científicas que podrían ayudarnos a enfrentar este desafío.

Para el estudio y concomimiento del cierre del paisaje, además de la impresión visual en campo, el análisis de la fotografía aérea repetida en diferentes fechas se muestra como una potente herramienta capaz de retratar, poner cara y números a esta dinámica y ayudarnos a entender donde pueden estar los orígenes del problema. Si bien esta técnica ha sido de escasa aplicación en el contexto regional, allí donde se ha aplicado, caso del Parque Natural Ubiña la Mesa o del Redes, los datos son esclarecedores. En las últimas décadas el matorral se ha incrementado en más de un 50%, formando manchas continuas de extensión considerable germen de los grandes incendios forestales. Por su parte, las manchas de bosque han experimentado crecimientos mucho más modestos, en torno a un 10%, pero han sufrido un cambio radical en su composición interna, han pasado de ser montes huecos compuestos por pies ralos a manchas cerradas de arbolado sobres sí mismas.

El proceso descrito, además de una pérdida de calidad visual del paisaje, como lo avalan diferentes estudios, tiene connotaciones económicas, sociales, culturales y ecológicas que se han de tener en cuenta. El continuo avance del monte sobre los espacios de pastizal y cultivo supone un lastre para el desarrollo de actividades de baja intensidad como la ganadería extensiva, pero también merma de atractivo para otras que utilizan el paisaje como telón de fondo promocional, caso del turismo rural o la industria agroalimentaria. Los paisajes cerrados dominados por el matorral y el monte bajo se vuelven impenetrables e intransitables, con un difícil acceso para una sociedad mayoritariamente urbana que demanda con más frecuencia actividades de ocio y esparcimiento en las áreas rurales. El avance descontrolado del monte bajo, "de lo bravo sobre lo manso" que dirían los antropólogos, es la expresión material del soterramiento de las culturas del territorio que han sido el germen de los paisajes en mosaico que conforman nuestra identidad territorial. Finalmente, la desaparición de los mosaicos paisajísticos entraña graves consecuencias ecológicas tales como la pérdida de diversidad biológica o de sumideros eficientes y seguros de CO2 entre otras, pero sin lugar a dudas, la más importante y la aquí nos ocupa es su papel en la propagación y generación de incendios forestales. Las discontinuidades paisajísticas, marca propia de los paisajes en mosaico, son el mejor seguro contra la generación de grandes incendios y el mejor aliado en su extinción.

La jornada de reflexión ha de seguir abierta, no se trata de buscar culpables entre los gestores o en un colectivo u otro, que fijo que los habrá y para lo cual están las autoridades competentes. Se trata de decidir si queremos paisajes de "mírame y no me toques" expuestos cíclicamente y con mayor frecuencia a grandes incendios forestales o queremos paisajes en mosaico, dotados de diversidad y múltiples servicios ecosistémicos, abiertos al ocio y disfrute ordenado de la ciudadanía, y soporte de actividad económica multifuncional y sostenible que impliquen a los vecinos y vecinas del Paraíso en su gestión y los convierta en sus mejores guardianes.

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