El Club de los Viernes

La lotería de la desigualdad

La alegría que supone que alguien se enriquezca gracias al azar frente a la envidia que despierta el éxito fruto del trabajo y el sacrificio

El pasado martes se celebró el tradicional sorteo de Navidad de la lotería nacional. Una vez más se repitieron las habituales estampas de alegría y la machacona cobertura mediática de televisiones y radios recorriendo todas y cada una de las localidades agraciadas por la fortuna, una secuencia interminable de testimonios y entrevistas a los sonreídos por la fortuna.

En Asturias se estima que cada persona jugó una media de 88,5 euros incluidos niños, ancianos y parados. Es decir, que los asturianos nos jugamos alrededor de 90 millones de euros (o 15.000 millones de pesetas) o sea, el equivalente al presupuesto del Servicio Público de Empleo del Principado de Asturias, ahí es nada.

El día 22 de diciembre todo es alegría y felicidad, todo, pero sobre todo para los 15.304 premiados en toda España que se repartieron 2.240 millones de euros en premios (algo más de la mitad de todo el presupuesto anual del Principado de Asturias).

Desde el pasado martes 15.304 personas son más ricas, sonreídas por la diosa fortuna, esas personas ahora gozan de una situación económica más holgada que la de sus vecinos y compañeros de trabajo. Ningún mérito, ni nada han hecho para ser merecedores de su nueva situación. Su fortuna no se debe al esfuerzo, al trabajo, ni a ninguna cualidad especial, ha sido simplemente cuestión de suerte. Sin embargo nadie les critica, todos -de una u otra manera- compartimos su felicidad, nos alegramos de su dicha.

El sorteo de Navidad ha introducido la desigualdad entre nosotros. La lotería no nos ha tocado a todos, sólo 15.304 personas han sido premiadas y ello inevitablemente genera desigualdad, pero ¿quién critica dicha desigualdad? ¿quién niega a los premiados la legitimidad para el disfrute de su fortuna? ¿dónde están los podemitas y la izquierda moralizante?

Contrariamente a esa aceptación de la desigualdad provocada por la fortuna, en España somos muy dados a padecer una irrefrenable envidia cuando esa desigualdad no es generada por el azar, sino por el trabajo, el esfuerzo personal, la asunción de riesgos o la herencia familiar. Es en estos casos precisamente -en los que la desigualdad es consecuencia de méritos propios o heredados- cuando la desigualdad genera un sentimiento generalizado de repulsa y rechazo. Es entonces cuando aparecen en escena los justicieros sociales, los redistribuidores e igualadores de la miseria.

Así, fruto de esa envidia igualitaria, los justicieros sociales en Asturias pujan por subir los tipos marginales en el IRPF, por bajar los mínimos exentos en el Impuesto sobre el Patrimonio, castigar las herencias con el Impuesto sobre Donaciones o incluso introducir la progresividad en tasas, servicios púbicos o tributos locales, como quiere establecer Podemos en Oviedo cobrando el agua o el IBI no en función de los consumos o las características del inmueble sino según los ingresos del sujeto pasivo. Por esa vía avanzaremos indefectiblemente hacia la igualdad que se produce al expulsar de entre nosotros a quienes precisamente más riqueza generan y quienes más aportan a la sociedad. Entre tanto, estas personas seguirán huyendo hacia regiones más acogedoras y que sepan valorar el éxito profesional y la acumulación de capital.

Mientras no entendamos que cuantas más personas exitosas compartan nuestro ecosistema social mejor a todos nos irá, no seremos capaces de progresar. Estas personas son un activo a cuidar, respetar y emular. No es tan difícil observar cómo las sociedades que progresan son las que atraen talento e inversiones, no las que lo persiguen y penalizan.

Una sociedad que adora y se rinde ante la desigualdad provocada por la lotería, que privilegia fiscalmente las ganancias obtenidas sin esfuerzo y demoniza la desigualdad generada por el trabajo y el sacrificio, tiene un serio problema. Mientras no erradiquemos de nuestra mentalidad la envidia igualitaria y no seamos capaces de alegrarnos de la dicha y de la prosperidad ajena, no lograremos que nuestra querida Asturias abandone la postración a la que la mezquindad y la estrechez mental nos han conducido.

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