Sin duda alguna, el planeta en que vivimos nos coloca en el escaparate, más veces de las que deseamos, toda clase de desgracias en forma de terremotos, accidentes y otras formas de desdichas naturales que son a lo largo de los tiempos, casi siempre, inevitables.

Pero lo que sin duda es aún más doloroso son los atentados promovidos por el ser humano, muchas veces amparados en políticas, etnias, religiones y, otras, en egoísmos particulares, sin importar las consecuencias que hacen desaparecer vidas humanas al tiempo que merman seriamente la economía y el modus vivendi de muchas familias.

El ser humano parece que progresa constantemente hacia metas más avanzadas y apetecibles, pero, algunas veces, no comprendemos por qué no se trabaja y progresa en lo más elemental inventado hace cientos de años.

Me refiero a la aplicación de la hace mucho tiempo inventada selvicultura preventiva en forma de los llamados cortafuegos, consistentes, como sabemos, en unos muy anchos caminos que cortando el monte de arriba abajo impiden, muchas veces, que el fuego se propague ayudando, además, a que allí el hombre pueda manejar con tiempo y comodidad la maquinaria y los medios necesarios para poder atajar el fuego. Recordaba, junto con otros amigos, que de muy niño en nuestras caminatas a la escuela observábamos, desde cerca del mar, esas trincheras en lo alto de la montaña, preguntándonos: "¿Para qué será eso?".

Cuando ocurren desgracias como las vividas estos días aquí, en el occidente de Asturias, obtenemos la respuesta y recordamos que hace muchos años no vemos esas obras que, sino al cien por ciento efectivas, de existir y estar cuidadas sin duda reducirían considerablemente los incendios.

¿Acaso no merece la pena incentivar el cuidado del monte, hucha de labradores y ganaderos durante tantos años?

¿Cuánto nos cuesta enmendar estos daños? ¿Cuánto nos cuestan las importaciones de maderas? Recordar sólo el eucalipto para pasta de papel, que viene de Sudamérica, amén de otras, como el pino norte, que procedente de Suecia (donde tarda en crecer 30 años de media) desbanca el que se pueda producir aquí de tan buena o mejor calidad y que se puede obtener en bastante menos espacio de tiempo.

Sí, ya sé que hay que dar caza al pirómano, aplicarle la ley y conducirlo a las lúgubres mazmorras, pero eso es harina de otro costal y que nada tiene que ver con la prevención que pueda evitar estos males, sino totalmente sí en un elevado porcentaje.

Es triste, pero parece que como única solución sólo seguimos encendiendo la vela y acordándonos de San Bárbara cuando truena, olvidándonos de que ya, allá por el Medievo, se decía: "A Dios rogando y con el mazo dando".