David Orihuela

La nada absoluta

"Si son amigos que se vengan a casa". Tutu Ahmed no entendía que no podía llevarse a casa del campamento de Bojador a toda la Orquesta de Cámara de Siero. Le expliqué que eran 24 personas y le daba igual, tras más de 20 horas de viaje "tendrán que cenar y dormir". Así son el desierto y sus habitantes.

Pocos días después una joven saharaui, Luara, nos advertía tras llegar de madrugada al campamento de Dajla: "Aquí está todo arrasado, lo veréis mañana". Así fue. Dajla era un escenario dantesco. Las lluvias de finales de octubre habían derruido miles de casas. Los niños caminaban vestidos de fiesta para celebrar el 40.º aniversario de la RASD, pero lo hacían entre ruinas, entre jaimas de Acnur y montones de escombro y, para más dramatismo, entre una tremenda tormenta de arena. Pero lo hacían felices.

Es impresionante la capacidad de adaptación del ser humano. Por un lado cómo ellos reconstruyen sus casas para empezar de cero y cómo el visitante se acostumbra a ver tanta desgracia.

Lo dijo el sábado Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, durante su histórica visita a los campamentos, la única en sus diez años de mandato: "Es una de las tragedias humanitarias más olvidadas de nuestro tiempo y los campamentos saharauis son los campos más antiguos del mundo". Palabras que posiblemente se lleve el viento del desierto mientras la joven Suadu sigue cantando al amasar ese delicioso pan que hacen con la harina que les da Intermon.

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