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Los héroes también mueren

Adiós a una figura extraordinaria que se atrevió a enfrentarse a la dictadura

Ayer falleció una personalidad extraordinaria, generosa y honesta: José Ramón Herrero Merediz. Pudo haber optado por esa cómoda vida de tantas familias de la clase media gijonesa, pero eligió afiliarse al Partido Comunista de España en el año 1956, contando con 25 años. No era una decisión fácil en plena dictadura franquista. En realidad, y al igual que otros muchos de su generación, eran sólo (!) demócratas idealistas que pedían concertación sindical, justicia social o elecciones libres, que recalaban en la única organización capaz de enfrentarse a la dictadura, en una clandestinidad llena de riesgos que exigía gran desenvoltura. "El partido" (nótese el toque de discreción y arrogancia) fue una magnífica escuela que formó personalidades extraordinarias y anónimas, muchos de los cuales recalaron en otros partidos, incluso de la derecha, donde alcanzaron cargos ministeriales.

El 8 de febrero de 1960 fue detenido y llevado a la cárcel de Carabanchel donde estaría cien días rigurosamente aislado. Durante esta época y hasta enero de 1977 se acusaba de rebelión militar a quien "propalase noticias falsas, tomen parte en reuniones, plantes, huelgas y uniones de productores". Eran juzgados en consejos de guerra sumarísimos que, como aconteció a Julian Grimau en 1963, podían acabar en pena de muerte. Fue condenado a catorce años de reclusión, junto a otros 16 militantes clandestinos.

Inicialmente, el fiscal solicitaba doce pero en el Consejo de Guerra manifestó que había sido torturado en Comisaría, con lo cual el fiscal elevó la petición a quince. Solía recordar "El Mere" (como le conocían sus amigos) que al escuchar la sentencia nunca pensó que el franquismo pudiese durar tanto tiempo y ese optimismo siempre le ayudó a sobrellevar la cárcel durante los cuatro años que pasó en el Penal de Burgos, rebajada a la mitad su condena con motivo de los "25 años de paz".

A finales de los sesenta, "El Mere", era el prestigioso abogado gijonés que defendía a los trabajadores en los incipientes conflictos laborales o políticos. Créanme, no exagero si les digo que tenía una aureola de leyenda. Se presentaba en la comisaría a defender a su cliente antes de que se supiese oficialmente que estaba detenido. Era objeto de seguimiento permanente por la policía, incluso el día de su boda.

Tuve el honor de conocerle en aquella época. Recuerdo que, en 1974, debí enfrentarme contra él con ocasión del Campeonato de Asturias de Ajedrez por equipos. Les avanzo que conservo como un tesoro aquella partida y la foto correspondiente. Al terminar, a los participantes nos impresionó mucho que varios policías de paisano (parecían no ocultarlo) le seguían a todas partes, ¡hasta al torneo de ajedrez!

Tras más de 20 años de militancia, abandonó el Partido Comunista en la tumultuosa asamblea de Perlora de 1978. Una tragedia. Inmediatamente tras el 23F se afilió al PSOE, para quien ganó un escaño en el Senado desde 1982 y durante catorce años, hasta su jubilación, momento en que debió demandar a CCOO para completar su pensión por los servicios prestados sin cotización. Otra tragedia.

El presidente asturiano, su antiguo camarada "Tini" Areces, le designó al frente del Consejo Social de la Universidad de Oviedo, no sin cierto revuelo en el mundo académico que no gustaba de un perfil tan político. "El Mere" convocó una rueda de prensa y mostró como únicas armas su pasaporte falso de la clandestinidad y la ficha policial. Cierto ramalazo bolchevique nunca se le quitó, como es la puntualidad, (retraso igual a detención), la brevedad de las discusiones tras tanto años de debates estériles, hoy tan de moda, nuevamente.

En los plenos y comisiones del Consejo Social en que yo participé como secretario del órgano, bajo su presidencia, nunca hizo falta votar ningún punto del orden del día: aprobábamos todo por asentimiento, ya que mi misión, por encargo suyo, fue siempre buscar el máximo consenso entre sus miembros y, en especial con la comunidad docente. Pero cuando agotaba su paciencia era muy expeditivo. Cansado de recibir largas para modificar la obsoleta (¡aun!) Ley asturiana del Consejo Social, dio un portazo y se marchó. Otra tragedia. Austero y autoexigente en todas las facetas, por su historia personal, se retiró a su casa en la aldea de Ardisana donde se dedicó a rehacer el muro que le llevaba la riada todos los años, y a ordenar su archivo y sus papeles.

Un ictus, hace cuatro años, le dejó seriamente limitado pero mimado por su familia, sobre todo por su esposa, Beli, que venía dedicando toda su vida a cuidarle con devoción. Seguía las andanzas políticas de su hijo Pedro (destacado militante de Ciudadanos) así como de su otro hijo Juan, oficial del ejercito español. Dos orientaciones personales que sugieren cierta sonrisa del destino y nos muestran cuanto cambió nuestro país desde la transición, un proceso que forjaron tantos héroes anónimos como "El Mere".

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