Profesor de Estadística y vicerrector de Estudiantes

La puerta siempre abierta de Gil

Voy a transgredir una norma fundamental en Estadística, y por ello pido perdón por anticipado: voy a hablar de una población sin haber estudiado más que una muestra no aleatoria, y sin haber medido el error que puedo cometer. Pedro, te pido perdón de antemano, por saltarme uno de aquellos grandes "¡OJO!" con los que adornabas tus apuntes cuando esto ocurría ("OJO grande, que no ojón" como siempre decías con sorna).

Me permito la licencia para afirmar, casi seguro, que si alguna característica común podemos destacar quienes hemos conocido a Pedro Gil como profesor en la Facultad de Ciencias era, además de su sempiterno acordeón, la puerta siempre abierta de su despacho.

Cuando arrancó la titulación de Matemáticas la Facultad acogió a un grupo de estudiantes que tomaron por norma acudir a contar sus problemas a Pedro. Desde que Pedro me dio clase en segundo comencé a frecuentar aquel despacho al fondo del pasillo para intentar solucionar todos mis problemas, para despejar mis dudas, para pedir consejo, para preguntar cualquier cosa relacionada con las matemáticas, y, como los demás, me fui dando cuenta de que al franquear aquella puerta siempre abierta no sólo podía hablar de matemáticas, sino de historia, de lengua, de música?., de vida. Porque allí, tras la mesa, Pedro, todo un humanista, era capaz de atender con infinita paciencia todas nuestras cuitas con otros profesores, nuestros roces entre alumnos, nuestros problemas en casa, con los amigos, con las parejas. Pedro siempre escuchaba, cabeza baja y mirada atenta y aguda, y siempre tenía la palabra precisa, exacta, para quitar importancia a lo que no la tenía, para animar a quien estaba bajo, para darte un consejo sabio, para recomendarte una lectura, o un disco, o un sitio donde comer.

Somos tantos los que hemos pasado por aquel despacho, tantos los que doblábamos la esquina del pasillo esperando ver la puerta abierta y sabiendo que Pedro nos iba a escuchar, que sé que puedo decir, en nombre de todos, que nuestra vida no habría sido la misma si aquella puerta se hubiera cerrado.

Yo reconozco, sin rubor, que si decidí seguir la rama de Estadística fue por poder optar a seguir teniendo a Pedro de profesor. No es una razón muy científica, pero quienes le hayan conocido comprenderán que es una razón convincente.

El azar, cómo no, me llevó a ser el primer becario que tuvo el neonato Departamento de Estadística e Investigación Operativa y Didáctica de la Matemática, y a vivir mi vocación docente en el seno del mismo departamento. Hace casi veinte años de aquello, y las palabras de Pedro resuenan hoy más que nunca en mi mente: "Luis José, si te gustan la docencia y la investigación, no hay vida mejor que esta".

En este tiempo he seguido viendo procesiones de estudiantes dirigirse al despacho del fondo del pasillo, he visto mis inseguridades reflejadas en su rostro antes de llegar y he reconocido mi tranquilidad en su expresión tras hablar con Pedro.

Sin duda, por eso, en la iglesia, mientras despedíamos a Pedro he visto tantos rostros conocidos de quienes fuimos alumnos suyos. Y por eso cuando sonó el acordeón por última vez para Pedro, tocado ahora por su hermano, todos sin excepción rompimos a llorar, porque nos negamos a pensar que Pedro se haya ido de entre nosotros.

Pedro, maestro, amigo, compañero, padre, donde estés, donde hayas ido, por favor mantén siempre tu puerta abierta para que tengamos a quién acudir.

Compartir el artículo

stats