Daniel García Velasco firma este artículo junto a María Luisa Donaire, Rosa Cid, Isabel Carrera, Antonio Niembro, Rubén Vega, Jorge Uría, Francisco Erice, Margarita Blanco, Beatriz Martínez, Adolfo R. Asensio, Magdalena Cueto, Natalia Tielve, Lorenzo Arias, Carmen García, Víctor Rodríguez, Ángeles Faya, Jesús Vázquez y José Antonio Méndez, profesores de Arte y Humanidades de la Universidad de Oviedo.

Las Humanidades en perspectiva histórica

Reflexiones en torno a un área de conocimiento olvidada en los últimos ocho años en la Universidad de Oviedo

Acaba de dar comienzo la campaña electoral que conducirá a la elección de un nuevo rector en la Universidad de Oviedo. A tal cita, se han postulado cuatro prestigiosos profesores de las áreas de Ciencias y Ciencias de la Salud, sin que concurra ningún representante de Ciencias Jurídicas, Ingeniería y Arquitectura o Humanidades. A los profesores e investigadores en Humanidades, o Ciencias Humanas, como gusta decir a los anglosajones (sí ¡ciencia!), nos surge en consecuencia la duda de cuál de los candidatos a tan alta empresa está en mejor disposición de responder a nuestras demandas y particularidades.

Conviene comenzar señalando que el prestigio que antaño tuvieron los estudios humanísticos ha caído en picado, como prueba su progresivo arrinconamiento en los currículos de primaria y secundaria. En una sociedad utilitarista en la que solo importa aquello que tiene incidencia en el PIB, el conocimiento humanístico, en muchas ocasiones de naturaleza no aplicada, encuentra difícil acomodo, y es por ello sistemáticamente devaluado. Contribuye, además, a formar individuos especialmente críticos y eso no conviene a un sistema que se alimenta de la aprobación desinformada y manipulada de las masas.

Nos resulta especialmente grave, sin embargo, que este desinterés por lo humanístico haya calado también en la universidad. Los ejemplos que podrían citarse son multitud, pero sirva mencionar simplemente, la escasa y poco relevante representación que han tenido en el propio Gobierno, la más que pobre oferta de másteres de humanidades en comparación con otras áreas, lo que obliga a muchos de nuestros alumnos a desplazarse a otras comunidades, los repartos de plazas de promoción del profesorado con criterios oscuros que, curiosamente, acaban primando a áreas de ciencias o la marginación en los programas de investigación regionales y en las líneas estratégicas de la Universidad de Oviedo.

En los últimos días, los candidatos al rectorado han publicado artículos de opinión en LA NUEVA ESPAÑA. Dada la repercusión de este medio, resultaría esperable que pusieran énfasis en los aspectos más fundamentales de sus propuestas. Pues bien, solo uno, Pedro Sánchez Lazo, hace mención a la relevancia de las humanidades en su propuesta de universidad, a la vez que se separa de las líneas continuistas del resto. ¿Cómo se puede explicar este olvido? ¿Se trata acaso de un descuido accidental sin mayor trascendencia o subyace el mencionado descrédito y desinterés generalizado? La respuesta debe buscarse desde una perspectiva histórica que abarque al menos los últimos ocho años.

El Campus de Excelencia Internacional, proyecto estrella del primer mandato del equipo saliente, pretendía crear un "Ecosistema Asturiano del Conocimiento", pero, ni siquiera bajo ese paraguas hubo espacio para nosotros. Las humanidades se vieron apartadas de significativas fuentes de financiación, lo que, en un entorno de contracción económica, resulta especialmente lesivo para áreas que tienen obvias dificultades para lograr recursos externos de empresas o instituciones privadas. Al tiempo, la ausencia de planes regionales de investigación o del plan de investigación propio de la Universidad, que hubieran servido para paliar esta situación, ha tenido como efecto que muchos investigadores hayan visto amenazada su carrera investigadora o hayan tenido que invertir recursos propios en ella.

Probablemente, a esta situación subyace la extendida creencia de que los humanistas no hacemos ciencia, sino otra cosa, lo que contribuye a su vez a creer que precisamos un trato excepcional una vez que la normalidad mayoritaria ha sido atendida. Por ese motivo, no podíamos entrar en un programa de excelencia que pretendía ser un impulso renovador al tejido productivo del Principado y, por eso, difícilmente podremos encajar ahora en la propuesta de convertir a la institución en una fábrica de emprendedores, término eufemístico que reemplaza al de empresario sin connotaciones negativas.

Y precisamente detrás de esa excepcionalidad de las humanidades se sitúa el deseo claramente perceptible en sectores de las ciencias sociales por acercarse, aunque sea artificialmente, a las áreas de ciencias naturales, que, en el contexto descrito, gozan de mayor prestigio. Un ejemplo claro es la integración del grado en Psicología en la rama de Ciencias de la Salud, lo que va en contra de la supuesta equidistancia de la Psicología entre las humanidades y las ciencias naturales como ahora, en campaña electoral, se nos intenta hacer ver.

Con estos precedentes, no extraña que, de nuevo, solo un candidato haya realizado propuestas para nuestras áreas en los artículos de presentación de sus candidaturas. Parece ser que deberíamos darnos por atendidos con la mera mención de principios generales tan nobles como compromiso, honestidad, humildad, cercanía, etc., que, sin embargo, por su propia naturaleza, no pueden pretenderse como fines últimos de la gestión académica, sino como supuestos fundamentales, a no ser que se quiera dar a entender que venían faltando en los últimos años. Al margen de las propuestas concretas que el resto de candidatos incluya en sus programas, las prioridades han quedado de manifiesto.

Los últimos años han visto un empobrecimiento general de las condiciones de trabajo en la Universidad en general y en las humanidades en particular. No tocan ahora propuestas continuistas que consoliden esta situación, ni otras basadas en experiencias muy personales y difícilmente extrapolables a nuestras áreas. Toca dar un golpe de timón claro a las formas de ser y de hacer. Si la búsqueda de la verdad solo puede hacerse desde una perspectiva histórica, bien se puede concluir que tal cambio solo puede realizarlo quien no traiga en su mochila actuaciones y propuestas en el camino contrario.

Noam Chomsky, el intelectual vivo más relevante según el New York Times, nos recuerda la obligación moral de persistir en la esperanza del cambio: "Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no habrá esperanza". Si queremos ganar el espacio que nuestras áreas se merecen en una sociedad y en una universidad justas y decentes, la elección de los humanistas de la Universidad de Oviedo solo puede ser la del cambio, basada en la firme creencia de que otra universidad es posible y de que no podemos contribuir, bajo ningún concepto, a perpetuar la desesperanza y la desilusión que nos han impuesto en los últimos tiempos. Quizás detrás de la marginación de las humanidades pueda estar la explicación a la degradación y oscurantismo que hemos vivido en la sociedad y en la Universidad.

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