Hay mucha gente a la que le gusta "arreglar el mundo". De buenas intenciones están empedrados los infiernos. Las personalidades avisadamente conservadoras hablan de la egoísta e invariable naturaleza humana. Del realismo prudente y la sagacidad. "Los progresistas", de un progreso ilimitado y ascendente que culminaría en estadios supremos de bienestar y mayores niveles de distribución de riqueza y cultura, de libertades plurales e igualdad. La historia reciente es pródiga en holocaustos y experimentos sociales dictatoriales cerrados en "guerras frías" y totalitarismos. En la actualidad, desde que Fukuyama erróneamente proclamara el imposible "fin de la historia" y Samuel Huntington, el inquietante "choque de civilizaciones", es evidente que las luchas y guerras, aparte de tener unas causas economicistas competitivas, poseen un trasfondo cultural en ciertos lugares, de cosmovisiones claramente opuestas y ofensivas terroristas de corte profético, absolutismos fanáticos contrarios a las libertades mesocráticas sociales y al pensamiento liberal-democrático, que se convertiría en la religión laica global en el planeta. Mientras tanto, hay resistencias y adaptaciones, homogeneizaciones más que visibles, ejércitos yihadistas entrenando, millones de parias no occidentales aguardando, dispuestos a invadirnos y amenazas del tipo "malos oficiales" con turbante propagadas por los medios de masas. No obstante, en este revuelto escenario hay espacio para el optimismo: se han acabado un montón de plagas y enfermedades endémicas, la miseria severísima retrocede a pasos agigantados, las nuevas tecnologías permiten enriquecedores intercambios y relaciones, los nacionalismos excluyentes -lo siento por el pedigrí de algunos rabiosos agitadores- son observados cada vez más como un signo de ignorancia y parcialidad de mentes estrechas de campanario, lo cual no es óbice para el florecimiento de partidos xenófobos europeos de rechazo, aunque sean mayoría los que conciben ya un solo planeta, una sola humanidad con una biodiversidad protegible. Viajamos más, nos conocemos más, somos de la misma aldea. Una misma especie humana parcelada, en busca de sentidos. Hasta en los hegemónicos valores publicitarios, nutriente primordial del ser mercantilizado u homo videns de hoy, se puede encontrar serena reflexión, no sólo ruido o trucado espoleamiento sensorial. Piensa globalmente, actúa a escala local o de proximidad. Cambios climáticos y demográficos ya nos superan. El optimismo histórico es ingenuidad, pero el pesimismo es siempre estéril.