Magistrado

Un profesor que sabía escuchar

El ejemplo de un jurista que redactó miles de sentencias con un rigor técnico admirable

Me entero de la muerte del que fuere Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias, Eduardo Gota Losada, y no puedo menos que hacer una sentida glosa del compañero.

Tuve el gusto de asistir a las clases de Derecho Administrativo en la década de los ochenta que nos ofreció Don Eduardo, en el Aula Magna en que posiblemente él había recibido a su vez las clases del Rector y exigente Catedrático de Derecho Administrativo, Sabino Álvarez Gendín, quien le otorgó dos matrículas de honor, que anticipaban el que sería el Premio Extraordinario de Carrera con otras veinte matrículas.

En aquellas clases, para los alumnos que estrenábamos la democracia, Don Eduardo suponía una bocanada de aire fresco al traernos el contacto con la realidad de la vida administrativa, pues nos mostraba en clase los estragos del derecho urbanístico, que ilustraba con una revista que exhibía en clase fotografías de las tropelías, momento en que alzaba la voz entonces enérgica de jurista indignado por aquellos atentados, que sutilmente calificaba como producto de políticos venales, aunque luego susurraba con melancolía las limitaciones de leyes sustantivas y procesales para capturar a los rufianes.

Por entonces, Don Eduardo asistía con puntualidad a las clases, impecablemente trajeado, con grandísimo respeto por los alumnos, sabía escuchar y responder con sensatez. Desde su estatura de magistrado de la sala de lo contencioso-administrativo, de las primeras promociones de especialistas de lo contencioso-administrativo, nos miraba con sus ojillos vivos tras unas gafas de concha y nos confesaba que su vista flaqueaba por las muchas horas de lectura de expedientes y autos judiciales.

Su buen hacer está en miles de sentencias, siempre marcadas por un sentido de la justicia y un rigor técnico admirables, en tiempos en que se redactaban a mano y sin refugiarse en el cómodo "corta y pega" informático. Además me consta que en vez de aceptar destino en el Tribunal Supremo por mérito, optó por quedarse en la Asturias de acogida con su familia.

Curiosamente se jubiló en el año 2000, justo cuando yo me incorporé como magistrado a la Justicia asturiana, evidenciando el relevo del aprendiz hacia el maestro inalcanzable. Hace poco más de un década tuve el placer de cambiar brevemente impresiones con él en un acto oficial, ocasión en que me dijo que "los jóvenes magistrados escribíamos demasiado" y que las leyes cambiaban pero los problemas eran los mismos. Le testimonié mi agradecimiento expreso dedicándole mi obra sobre "La prueba contencioso-administrativa" (2007) lo que justifiqué como tributo por su "magisterio ejemplar", y con posterioridad, pese a compartir con él la condición de miembro numerario de la Real Academia de Jurisprudencia de Asturias, no tuve ocasión de saludarle pues su estado de salud le impedía estar presente.

Quede un grato recuerdo de los que fuimos sus discípulos en doble vertiente. En la académica, como alumnos suyos del caserón de San Francisco, y en la judicial, como magistrados que le tomamos como referencia de autoridad y rectitud.

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