Xuan Xosé Sánchez Vicente

El ego, las pintadas, la urbanidad

El Ayuntamiento de la ciudad de Jovino ha tenido que limpiar de pintadas las letronas metálicas que, en El Muelle, mantienen enhiesto el nombre castellanizado de la ciudad.

(Por cierto, qué poca sensibilidad la de quienes las regalaron y la de las sucesivas corporaciones hasta hoy. Esas mismas letras formando su nombre sin castellanizar, solas o duplicadas con las castellanizantes, siempre tendrían un punto más de atractivo para el turismo).

Como tantas ciudades, el espacio público xixonés sufre innumerables agresiones en forma de pintadas por parte de individuos cuyo ego los empuja a dejar constancia de su existencia o sentir, ya en forma de sentencias, ya de dibujos más o menos complicados. Paredes, farolas, mobiliario urbano sufren esas chafarrinadas de forma generalizada y reiterativa. Y aun aceptando que algunos de esos pintarrajeos tuvieren cierta gracia estética, no se ve la razón por la que sus autores tengan que aprovecharse del espacio público para exhibir su ego en cual quiera de sus manifestaciones, de la artística a la grosera.

El caso es que periódicamente la ciudad -esto es, nuestro dinero- ha de encargarse de devolver a su prístina condición esos espacios públicos. Y mientras ello no ocurre, sufrimos su fealdad o su mancha.

Las sanciones definidas para esas conductas no parecen tener efecto alguno disuasorio; es más, da la impresión de la que actividad pinturera a costa de los bienes públicos goza de un cierto prestigio o, al menos, es vista con total indiferencia, tanto en sus efectos estéticos como en el dispendio a que obliga su reparación.

Quizás esa sensación de inocuidad se deba no a una falsa virtud que a veces nos atribuimos, la de la tolerancia, sino a esa otra de la que seguramente estamos embebidos: la falta de conciencia de que lo público -también el dinero, pese a Carmen Calvo- es nuestro.

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