Alberto Menéndez

Un agosto político raro

No pinta nada bien el proceso negociador entre los partidos españoles en busca de un Gobierno que acabe con la interinidad de ocho meses del actual. A los políticos españoles les espera un agosto atípico, raro, un mes tradicionalmente vacacional en el que, en esta ocasión, al menos teóricamente, deberán volcarse para intentar encontrar caminos para el encuentro, vías para evitar la catástrofe que, según todos ellos coinciden en reconocer, significarían unas terceras elecciones.

La situación tras los segundos comicios es aún peor que tras los primeros. Después del 20-D se produjo al menos, casi a las primeras de cambio, un acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos con un centenar de propuestas de gobierno. Luego quedó en nada, pero es que en esta ocasión no hay ni eso. Todo está igual que hace un mes. Pero lo peor es que da la impresión de que ninguno de los líderes de los cuatro grupos parlamentarios más importantes está dispuesto a ceder ni un ápice en sus planteamientos. Y así, por muchas reuniones que se celebren en los próximos días o semanas, no habrá ninguna posibilidad de que se llegue a pacto alguno.

Los ciudadanos ya se han cansado de escuchar una y otra vez las mismas declaraciones, los mismos argumentos por parte de unos y otros. La reunión de ayer entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez no sirvió absolutamente para nada. Sólo para agotar, aún más, la paciencia de los españoles. Es como si el líder socialista sólo pretendiera que el presidente de los populares pasase por el calvario que él tuvo que soportar en la anterior legislatura, cuando se sometió a la sesión de investidura aun a sabiendas de que iba a salir derrotado.

Pero no lo va a conseguir. Rajoy no se someterá a una votación en el Congreso a no ser que cuente con la seguridad de que va a salir investido presidente, aunque sea en una cuarta votación. Porque el actual jefe del Ejecutivo en funciones sabe, como lo saben los dirigentes socialistas más experimentados, que un perdedor en una investidura, en unos hipotéticos nuevos comicios saldría a la campaña con el estigma de perdedor. Eso fue lo que le pasó a Sánchez, que el 26-J perdió cinco escaños con respecto al 20-D, mientras que Rajoy, sin hacer nada, sólo esperando, ganó quince.

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