Lo más valioso que una persona puede tener en su vida, en mi modesta opinión, es la salud. Teniéndola, podemos disfrutar de todas aquellas cosas que la vida nos va dando, trabajo, amigos, familia, amor, etcétera. Cuando la perdemos por la causa que sea, vamos al médico, donde, por regla general, contamos con muy buenos profesionales, que, poniendo todos sus conocimientos y buen hacer, tratan de sanarnos. Pero algunas veces nuestras dolencias no tienen solución, siendo casos que se convierten en enfermedades degenerativas: tal es mi caso. Debido a esto, quedo sin trabajo y con pocas posibilidades o ninguna de poder conseguir otro.

Sin solución médica a los problemas (todos de columna vertebral, desde cervicales hasta lumbares, y artrosis degenerativa), todos documentados con informes del Insalud, resonancias magnéticas, etcétera, solicito la incapacidad laboral. Se me cita en el tribunal médico, en Oviedo, para un reconocimiento y posterior evaluación, reconocimiento que consiste en unas pruebas que podría hacer cualquier médico de cabecera en el domicilio del paciente y que no pueden llevar a ninguna conclusión de poder hacer un diagnóstico. El informe que redacta el facultativo de la EVI, que no es especialista, sino un colegiado más, en este caso colegiada y no especialista, dice que las lesiones que padezco no son nada. Reconoce que es un padecimiento crónico, pero nada más. De vergüenza. Quizás es que su profesión no es la de médico, sino la de palmero del político de turno, que no quiere más personas con incapacidad laboral, y así se lo hace saber. Y, claro, cómo contradecir: se puede perder ese puestín tan cómodo y sin ninguna complicación que sólo exige seguir el dictado. Repito: de vergüenza; pobres de todos los trabajadores que, con la razón, caigan en manos de estos supuestos profesionales imparciales. A lo mejor es que hay que apellidarse Fernández Villa. ¡Ah! Y no hay justicia para los pobres. También en eso los pobres lo llevamos crudo. Sería tema para otra carta.