La aventura que corrió san Pablo en la ciudad de Listra, según los Hechos de los Apóstoles,se puede prestar a un pequeño comentario, teniendo Covadonga como telón de fondo.

Había en esta ciudad de Licaonia un hombre cojo de nacimiento. Lo vio Pablo, se compadeció de él, y reparando en que tenía fe para ser curado le dijo en alta voz: "¡Levántate..., ponte en pie!". Él de un salto echó a andar. La multitud al ver lo ocurrido empezó a decir en lenguaje licaónico: "Dioses en figura humana nos visitan?". Y llamaban a Bernabé Zeus y a Pablo Hermes.

Los sacerdotes del templo de Zeus, convencidos de que los dioses los visitaban, y que Pablo era Hermes y Bernabé Zeus, no tardaron mucho en traer toros enguirnaldados para ofrecérselos en sacrificio. Pablo, que al parecer no hablaba aquella lengua, no se percató de lo que sucedía hasta que alguien se lo comentó en griego, una de las lenguas que él hablaba. Entonces el apóstol se alarmó sobremanera y les gritaba: "¡No somos dioses, somos hombres como vosotros!". Se las vio y se las deseó para desengañarlos?También de visita por Atenas, algún tiempo después, cuando los atenienses le oyeron hablar de Jesús y de la Resurrección pensaron que les hablaba de dos divinidades extranjeras. Y lo llevaron al areópago para que se aclarase. De igual modo lo consideraron encarnación de un dios las gentes de la isla de Malta al ver que no moría tras ser mordido por una víbora. La divinidad les salía entonces de camino a cada paso?

Pero ¿por qué los licaonios pensaron que eran dioses? Una de las interpretaciones que aducen los escrituristas y en las que se basa el hecho es porque existía en la mitología romana una leyenda según la cual en algún tiempo estos dioses se habían vestido de andrajos y bajaron a la tierra en busca de hospedaje para probar a los hombres.

Llegaron a un pueblo mendigando ayuda. Llamaron de puerta en puerta, pero los moradores al ver que se trataba de dos pobres harapientos no los socorrieron. Únicamente dos ancianos, los más menesterosos del pueblo, que vivían en una mísera casucha, les invitaron a entrar y trataron de atenderlos dándoles de comer y hospedaje.

Al poco rato la mesa se llenó de manjares y fue entonces cuando los dioses se dieron a conocer. Aquel matrimonio anciano se llamaban Filemón y Bausis. Es admirable cómo Ovidio narra los detalles que los ancianos tuvieron con los dioses. Estos en despecho contra los moradores hicieron que el pueblo se anegase en agua convirtiéndolo en un lago, menos la choza de los ancianos que se transformó en un hermoso templo del cual Zeus los hizo sacerdotes.

También pidieron morir juntos y por eso tras su muerte, convertidos Filemón en un roble o encina y Bausis en un tilo crecieron entrelazados al pie del templo. De semejante modo Píramo y Tisbe unieron su sangre con la savia y fruto de la morera. La leyenda que cuenta Ovidio en su Metamorfosis es de algún modo semejante y como un remedo de otra leyenda que llegó hasta nosotros y tiene por escenario Covadonga.

Cuentan que un día de tormenta y lluvia -¿qué otro meteoro celeste iba a tener lugar en Covadonga?- llegó laVirgen a este lugar en busca de posada y caminando, caminando dio con un hermoso valle sembrado de cabañas de pastores. Fue pidiendo albergue para ella y para el niño que traía en sus brazos. La noche estaba fría y de cuando en cuando al cesar la lluvia allá en lo alto la blanca luna alumbraba el desconsuelo y los ruegos de la señora, que al no encontrar posada se sentó al pie de una choza y empezó a llorar. Y fueron tantas las lágrimas allí vertidas que con ellas se formó un lago que anegó todas las chozas, mejor dicho dos lagos: la laguna Ercina y el Enol, una por la madre, otro por el niño. Los tilos y las encinas o robles que nacen entrelazados por el valle rememoran de algún modo el recuerdo de Filemón y Bausis, o de Zeus y Hermes o bien de la Virgen con el niño en brazos. Cuenta la leyenda que luego, al amanecer, la Virgen caminó valle abajo y encontró una cueva y en ella a un ermitaño que fue quien les dio cobijo. Bajo la cueva un estanque recuerda la leyenda y acaso el torrente evoque las lágrimas de la Señora.