Sidrerías de calidad

Las incertidumbres del nuevo sello de calidad turística que impulsa el Principado

Leo en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA (ya se que voy con un poco de retraso, perdonen que considere el de agosto como mes inhábil) que ya son varios los establecimientos hosteleros que optan a ser reconocidos como sidrería de calidad. Parece ser que, a la vista de las reticencias causadas por el reglamento propuesto en un primer momento, este corpus se ha visto en alguna medida modificado, permitiendo de este modo salvar alguno de los escollos que planteaba en origen. En todo caso, y a consecuencia del interés que en mí despierta cualquier asunto relacionado con la sidra, su historia y su cultura, considero que aún se plantean algunas incertidumbres que, como viene siendo habitual, me gustaría compartir con el amable lector.

En primer lugar, quiero empezar poniendo sobre el tablero una grave cuestión que, además, me afecta personalmente: no he visto que se haya realizado mención alguna a la correcta temperatura de servicio de nuestro ambarino caldo. Señalo esta circunstancia debido a que, por desgracia, me he pasado el periodo estival sufriendo el tener que degustar lo que podría ser denominado como "Frigo-culín" o, en su defecto, el "Camy-culete", ya que parece haberse impuesto en muchos chigres patrios la costumbre de servir la sidra rozando el punto de congelación de los líquidos. Cuando alguna vez he hecho notar esta desagradable circunstancia, me he encontrado con la respuesta de que tal gelidez obedece nada menos que al mandato del pueblo soberano. Por cuestiones de vecindad y ánimo poco beligerante me he acostumbrado a callar, pero siempre me viene a la cabeza una anécdota que me refería no hace mucho un amigo vasco. En un restaurante de Bilbao, a la segunda ocasión en que un cliente solicitó que le pasasen un poco más la carne, acudió el chef a su mesa y, con suma amabilidad, le explicó al comensal que aquel era el punto máximo de cocción en que se podía servir la carne ya que, de permanecer más tiempo en el fuego, perdería las propiedades de un producto criado con sumo mimo y las cualidades de una esmerada elaboración; así como se desbarataría el disfrute de los maridajes que se proponían con su consumición. De todas formas, si esta explicación no le satisfacía, el condumio sería preparado a su gusto. No deja lo contenido en esta narración de denotar un profundo respeto por lo propio. Supongo que todos hemos escuchado alguna vez clichés como el del Vega Sicilia y el refresco de cola, o el de que el gusto es subjetivo, pero la primera regla que debiese observarse sería ofrecer las cosas del modo más correcto posible.

Otra cuestión que me genera no poca inquietud es la relacionada con la oferta gastronómica y la cultura asturiana, tema espinoso que debiera del mismo modo ser tratado con sumo cuidado. Obviamente, es de suponer que los capacitados expertos con los que cuenta la Administración facilitarán a los profesionales de la hostelería una formación sólida y condensada con la misma velocidad con la que en próximas fechas los asturianos atravesaremos la variante de Pajares. Así pues, no cabe duda de que finalmente la iniciativa acabará por recabar tan reseñables resultados como los cosechados con las iniciativas Casonas Asturianas o Mesas Asturianas. Suerte.

Por último, y aprovechando que muy consideradamente me dejan escribir unas líneas más, no quisiera dejar pasar la ocasión de relatar otro trance veraniego que en modo alguno se encuentra relacionado con el resto del artículo. Desde hace unos años aprovecho las vacaciones para realizar relecturas de mis novelas preferidas, acordando conmigo mismo que una de ellas sea siempre una obra de Dickens. Este año le ha tocado el turno a Nuestro amigo común y, en sus páginas, me he reencontrado con la siguiente frase: "tenían excelentes intenciones, aunque ninguna voluntad de llevarlas a la práctica". He vuelto a subrayarla.

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