Artista plástico

Cada noche me invento

Reconocimiento en vida al pintor y docente que cambió el arte de la pintura en el Principado

Sé que esto no es lo canónico, que habitualmente deberíamos esperar a que definitivamente llegase la noche, a pasar del insomnio a la desmemoria y entonces dedicar un brillante obituario que, desgraciadamente, siempre puede leer todo el mundo excepción hecha del protagonista. Estos días andamos metidos en eventos de todo tipo en homenaje a Alejandro Mieres, uno de los personajes que más ha hecho, desde hace más de medio siglo ya, por el mundo de la cultura en general y de las artes visuales en particular, de cuantos conforman ese restringido mundillo en nuestra comunidad.

Más de medio siglo, efectivamente, pues al arte de Asturias le cayó el gordo en 1960 en la lotería de las adjudicaciones de cátedras cuando por mor de los hados, porque así lo prefirió el recién cátedro, o por ambas cosas al unísono, la flecha del destino apuntó hacia Gijón y hacia el Instituto Jovellanos. Y allí comenzó una vinculación que parecía que iba a ser efímera, una mera estación de tránsito, pero que acabó siendo definitiva. Definitiva en lo académico hasta su jubilación en 1991 y definitiva en lo vital y en lo creacional pues nadie, a estas alturas de su vida, rayanos ya sus noventa años, dudaría de la asturianidad vital y creacional de Alejandro Mieres.

Mi primera noticia sobre él y sus métodos de trabajo los tuve en 1963 cuando siendo yo un imberbe profesor contratado me llamó poderosamente la atención que alguien -un catedrático, con lo que esa palabra significaba entonces- tuviese unas maneras pedagógicas que, por encima de todo, fomentasen la creatividad, la imaginación y la iniciativa personal de los alumnos. Aquel señor, a quien no conocía, debía ser alguien sin duda interesante. Y lo era, vaya si lo era; tanto él como sus Cuadernos de Dibujo para Bachillerato ilustrados, en parte, por los propios alumnos. Y si esto lo hacía en la enseñanza oficial no podemos olvidarnos de que por su Academia privada -en la que también colaboraba Rosa María, su mujer y compañera de estudios- pasaron a lo largo de los años muchos de los jóvenes artistas que hoy en día son alguien en el arte asturiano.

Pero no se termina ahí la suerte de ese gordo que en forma de Alejandro Mieres llegó a Asturias. Retomado el ejercicio de la pintura comienza a fomentar corrillos y a establecer amistades y relaciones. A promover actividades, a participar en los más variados eventos reivindicativos a través de actividades plásticas como los murales que se realizaban en los años setenta en el transcurso del Día de la Cultura en el prao de Los Maizales, a crear grupos artísticos -Astur 71, Arte en Asturias que fueron germen de otros más recientes- y a ser miembro fundador de la primera asociación profesional de artistas plásticos creada en España: la Asociación Asturiana de Pintores y Escultores. Y hasta encontrar tiempo para atizar una polémica que se dio en llamar "la guerra de los pinceles" que hace ahora cuarenta años, en 1976, vino a significar, casi sin darnos cuenta, la ruptura definitiva entre dos maneras de entender el arte, la disociación entre los "clásicos" y los "vanguardistas". Es decir, el antes y el después del arte en Asturias.

Y todo esto se lo debemos a un joven catedrático que llegó a Gijón y a Asturias sin querer. Y que desde hace casi seis décadas viene siendo por su manera de ser y de estar, por su entrega, por su generosidad y por su trayectoria profesional, el maestro de muchas generaciones de artistas que han sabido ver en él esa figura, ese espejo podríamos decir, en el que se miran -o en el que se deberían mirar- todos los aspirantes a artistas. Y que lo han hecho a sabiendas de que Alejandro siempre ha sido uno más entre todos nosotros, ni el más viejo ni el más joven, pero ambas cosas a la vez.

Por fortuna, cosa no demasiado frecuente en el mundo de las artes plásticas, el Principado ha sabido reconocer ese magisterio y esa huella que Alejandro ha ido dejando en su caminar y lo ha hecho cuando todavía no le ha llegado a cubrir la noche del olvido y de la desmemoria. Y le ha hecho entrega del reconocimiento de la medalla de plata que ahora ya no tendrá en facsímil o prueba de artista al haber sido él mismo su creador, sino la que se entrega de verdad a quien ha hecho méritos suficientes para ser considerado un asturiano ejemplar. Un asturiano ejemplar que ha sabido recoger, modesta y silenciosamente, la atronadora y larga ovación que le dispensó el pasado 2 de septiembre el público asistente a la inauguración de su exposición en el Museo Barjola.

Alejandro ha dicho recientemente -y sé de la cuestión por propia experiencia- que aunque ahora mismo no pinte físicamente lo está haciendo, siempre, mentalmente para que nunca se agote lo que Antonio Gamoneda definió, en el mismo acto antes aludido, como una "obra silenciosa y sola". Le creo, como creo que era obligatorio no esperar a momentos fatídicos y desear que este obituario prematuro lo sea por mucho, muchísimo tiempo. Quizá alguien esperase, como viene siendo la moda en todo texto culto, que este texto terminase con una frase de Cioran o de Bachelard. Lo siento, lo dice mejor y más claramente Joaquín Sabina a quien con gusto acompañaría Alejandro:

"?Así que, de momento, nada de adiós muchachos / me duermo en los entierros de mi generación / cada noche me invento, todavía me emborracho / tan joven y tan viejo, like a rolling stone?"

Compartir el artículo

stats